¿POR QUÉ HAY HIJOS QUE TERMINAN PEGANDO A SUS PADRES?

Artículo que escribí para la revista Mosaico.


RESUMEN
Se hace un recorrido por las diferentes teorías explicativas del origen del fenómeno de la violencia filioparental, partiendo de un análisis de los trabajos empíricos más representativos. Se propone un modelo integrador que explica el inicio y mantenimiento de la conducta de violencia filiopaental y se dan algunas claves para guiar futuras investigaciones.
ABSTRACT
A tour is made of the different theories explaining the origin of the phenomenon of filioparental violence, based on an analysis of the most representative empirical works. An integrative model is proposed that explains the initiation and maintenance of filiopainter violence behavior and some keys are given to guide future investigations.
Palabras clave: violencia filioparental, teorías, génesis.
Key words: filioparental violence, theories, genesis.
INTRODUCCIÓN
La Comisión de Sanidad y Servicios Sociales del Congreso de los Diputados ha aprobado recientemente una Proposición no de Ley relativa al desarrollo de medidas destinadas a combatir las situaciones de violencia filioparental (VFP). En ella se insta al Gobierno a promover el estudio e investigación de este fenómeno (Infocop, 2017). Tal es la importancia que en la actualidad ha adquirido el hecho de que un número cada vez mayor de niños y adolescentes ejerza poder y control sobre sus padres y madres, de forma intencionada, a través de daño físico, emocional o económico.
Sin embargo, la violencia en las relaciones familiares, más que una novedad, es un hecho que ha sufrido una evolución cultural. Las relaciones familiares se han visto modificadas por la progresiva pérdida de autoridad que la figura del “adulto” ha sufrido últimamente (Agustina y Romero, 2013). La VFP recibe atención social en el momento que algunos padres y madres deciden denunciar la situación en los juzgados. El número de denuncias va aumentando a lo largo de los años hasta llegar a las preocupantes estadísticas actuales. Se intenta buscar una explicación que dé respuesta a la pregunta de cómo surge este fenómeno en el seno de las familias, qué es lo que hace que se mantenga en el tiempo y por último qué se puede hacer para terminar con él ya que, una vez instaurado el proceso, las consecuencias tanto para agresores como para agredidos son de aislamiento cada vez mayor de los miembros del sistema familiar entre sí y con el exterior (Pereira y Bertino, 2009).
A continuación, se mostrarán algunos de los estudios que se han dado a lo largo de la no muy larga historia del fenómeno de la VFP y los principales marcos teóricos que los sustentan. Finalmente, se propone un modelo integrador que pueda servir de base para el planteamiento de futuras investigaciones que recojan todas las variables intervinientes en la VFP.

APROXIMACIONES EXPLICATIVAS DE LA VFP
Desde que Harbin y Madden (1979) definieran la VFP como el “síndrome del padre maltratado”, muchos han sido los autores que han intentado satisfacer la creciente demanda de respuestas sobre qué causa este tipo de violencia.
Paterson (1982) postuló el modelo de coerción para explicar que las conductas aversivas en los hijos son propiciadas por respuestas de los padres inconsistentes o no contingentes con conductas prosociales en los hijos. Finkelhor (1983), apuntaba como un factor importante la difusión de límites en la estructura de poder, donde el hijo asume decisiones impropias. Price (1996) se interesó por la influencia familiar y la importancia de las experiencias de violencia en su seno. Posteriormente, Rybski (1998) sostuvo que la teoría de los sistemas familiares, entre otras, puede explicar los mecanismos de la VFP.
Akers (1997), formuló una teoría donde explicaba que los individuos aprendían a comportarse de modo violento a través del aprendizaje por observación. Posteriormente explica cómo aprendemos, mantenemos y modificamos la conducta en distintos contextos de aprendizaje: “Las relaciones que van a tener un mayor efecto sobre la conducta son aquellas que ocurren antes (prioridad), duran más y ocupan más de nuestro tiempo (duración), tienen lugar con una mayor frecuencia (frecuencia) e implican a las personas con las que tenemos las relaciones más importantes y cercanas (intensidad)” (Akers, 2006, p.1123).
Eckstein (2004) evidenció la escalada de violencia que caracteriza a la VFP cuando el agresor no consigue sus propósitos. Este rasgo de “intencionalidad” ha sido respaldado posteriormente en diferentes investigaciones (Kennair y Mellor, 2007; Pereira, 2006; Vite y López, 2004). Por otra parte, las circunstancias que se crean en separaciones matrimoniales y divorcios conflictivos, parecen ser causantes de VFP en muchos casos (Pagani et al., 2004; Ibabe et al., 2007).
También se han evidenciado como causantes de VFP los antecedentes de maltrato o abuso de padres a hijos, de forma que la VFP se produciría por venganza o defensa (Castañeda, 2014; Kennair y Mellor, 2007;Cottrell y Monk, 2004; Romero et al., 2007; Ulman y Straus, 2003).Estudios previos demostraron que los niños maltratados presentan conducta hostil hacia la autoridad parental (Cerezo y D’Ocon, 1995; Gibblin, Starr y Agronow, 1984).Whaler (1990) explica este hecho a partir del refuerzo negativo que provoca la respuesta materna ante una conducta aversiva del hijo. Sin embargo, algunas investigaciones desestiman esta retroalimentación entre violencia parento-filial y filio-parental (Brezina ,1999; Robinson, Davidson y Drebot, 2004).
Se ha encontrado correlación entre la frecuencia e intensidad de la violencia parentofilial y VFP. El porcentaje de casos de VFP en los que la violencia parentofilial había sido severa aumenta (Ulman y Straus, 2003) y también si la frecuencia de las agresiones es mayor (Peek, Fischer y Kidwell, 1985). También existe correlación entre violencia entre progenitores y VFP (Cottrell y Monk, 2004; McClosky y Lichter, 2003; Rechea y Cuervo, 2009), aunque existen estudios que podrían demostrar que dicha correlación no existe (Rechea et al., 2008; Ibabe et al., 2007).
El estilo educativo parental ha sido otro foco de atención. Así, numerosos autores han puesto de relieve que la “conducta materna inapropiada” es desencadenante de conductas aversivas en el hijo (Cerezo, D’Ocon y Doltz 1996; Loeber et al., 1984; Robinson et al., 2004; Sempere et al., 2007). Parece que un estilo educativo que incluya medidas disciplinarias punitivas y bajos niveles de afecto, propiciaría el escenario adecuado para que la VFP se produzca (Cottrell y Monk, 2004; Patterson, 2002). Ahondando en este tema, hay evidencias que indican que el modelo materno de conducta violenta es más poderoso que el paterno (Ulman y Straus, 2003). Es frecuente la aparición en adolescentes de conductas agresivas y de falta de empatía cuando el vínculo afectivo con sus padres es inadecuado (Arias-Toro, 2014; Barudi, 2005; Bastidas, R., 2008; Brando, 2008; Sarmiento, 2010).
Otros autores apuntan hacia factores más individuales, como sentimientos de inadecuación personal, indefensión y soledad (Micucci, 1995; Cava, Musitu y Murgui, 2007) o egocentrismo, falta de empatía, ausencia de remordimientos y déficit en el control de impulsos (Garrido, 2006 y 2007; Ibade et al., 2007; Pereira y Bertino, 2009; Sempere y cols., 2007).También la baja autoestima, los síntomas depresivos, como la insatisfacción vital y el malestar psicológico, y los intentos de suicidio parecen ser rasgos comunes en los niños que ejercen tanto VFP como violencia en la escuela (Castañeda et al., 2017, Ibade et al., 2007;Ibabe y Jaureguizar, 2011; Kennedy et al., 2010; Moreno et al., 2009; De la Torre et al., 2008; Gámez y Almendros, 2011 ).
A parte de estos factores individuales o familiares, hay autores que se han interesado por aspectos más ecológicos para dar explicación a este proceso. La “violencia comunitaria”, como apuntaba Jenkins (1996), el grupo de iguales (Warr, 2002), o el interesante enfoque de Omer (2004) que introduce el aspecto de temporalidad o frecuencia en el tiempo de las agresiones como modo de conducta aprendida. Parece que la violencia se aprende como única forma de afrontar los conflictos, de manera que existe una cierta “bidireccionalidad” en este aprendizaje (Harris, 2002; Ibade et al., 2007; Ibabe y Jaureguizar, 2011). Y no solo se aprende de padres a hijos y viceversa, sino que la violencia ejercida contra los hermanos es más potente como estilo de aprendizaje de la conducta violenta que el haber sido víctima (Perlman y Ross, 1997; Loeber et al., 1983).
Aunque existen pocas evidencias empíricas lo suficientemente potentes que den respuesta a cuáles son las variables a manejar para resolver los casos de VFP, sí que es claro que este proceso es multifactorial (Pereira y Bertino, 2009). Esta variedad de factores y variables, se conjugan de una u otra forma dependiendo del marco teórico del que parta cada investigación. Veamos a continuación algunos de los modelos y teorías a los que han recurrido los autores consultados.
MARCOS TEÓRICOS MÁS PRESENTES EN LA INVESTIGACIÓN
Tras la revisión de evidencias, parece que las teorías más aceptadas para explicar el proceso de la VFP son la Teoría del aprendizaje social (Bandura, 1959; Aroca, 2010; Aroca- Montolío et al, 2012; Cottrell y Monk, 2004; Garrido, 2006 y 2007; Rechea, Fernández y Cuervo, 2008), la Teoría de la coerción recíproca (Patterson, 1982), el Modelo de procesamiento de la información social (Dodge y Pettit, 2003), los Modelos sistémicos (Micucci, 1998) y ecosistémicos (Cottrell et al., 2004) y el Modelo procesual de Grant y Compas (2004). Algunos autores las consideran complementarias (Aroca, Bellver y Alba, 2012; Cottrel y Monk, 2004; Llamazares et al., 2013). Otros modelos no han sido tan recurridos para explicar la VFP, sin embargo, se consideran útiles como aproximación al diseño de un modelo integrador que pueda dar estructura a futuras investigaciones encaminadas a producir modelos de intervención en esta problemática. Así, la Teoría de la Conducta Planificada de Ajzen (1991), podría explicar tanto el inicio como el mantenimiento de una conducta violenta y la Teoría del Apego (Bowlby, 1969) explicaría el origen de dicha conducta.
A continuación, se definen someramente estas teorías y modelos para pasar a ofrecer un modelo integrador que intenta recoger todas las propuestas.
La Teoría de la Coerción Recíproca

Patterson (1982) consideraba que el origen de la conducta y su continuación están en los procesos de socialización y en el control del comportamiento del niño desde pequeño. Así, el niño tiene conductas instintivas que son coercitivas como llorar, que forman parte de su repertorio conductual para la supervivencia. Estas conductas van evolucionando hacia habilidades sociales dirigidas a conseguir cubrir sus necesidades. Pero cuando el proceso de socialización no evoluciona de forma adecuada a causa de las escasas habilidades socializadoras de los padres, el niño sigue usando la conducta coercitiva para conseguir sus fines. Este aprendizaje se produciría tanto por reforzamiento negativo (el niño consigue lo que quiere a través de la coerción), como por reforzamiento positivo (se ignoran las conductas adecuadas).
De esta forma, las conductas coercitivas se convierten en la única forma de comunicación para estos niños que se convierten en adolescentes y terminan incurriendo en VFP.
Modelo de Procesamiento de la Información Social
Dodge y Pettit (2003) consideran que la conducta agresiva obedece a un patrón adquirido a través de las representaciones cognitivas del ambiente en el que se vive y de las experiencias mantenidas con el mismo. Estas experiencias generan esquemas (estructuras de conocimiento) y definen las expectativas sobre sucesos futuros. Así se produce la vulnerabilidad afectiva y un trastorno de conducta cuando persisten en el tiempo los procesamientos inadecuados de la información experiencial. El niño termina viendo el mundo como un lugar hostil que requerirá de conductas agresivas para conseguir sus metas.
El Modelo Procesual de Grant y Compas
Grant y Compas (2004) acuden a los conceptos de estresores (situaciones personales y sociofamiliares), moderadores (factores protectores o de riesgo) y mediadores (características personales y dinámicas familiares) para explicar la psicopatología infantil. Los estresores contribuyen a la psicopatología influenciados de forma específica, dinámica y recíproca por los moderadores y los mediadores.
Desde este modelo, la VFP sería un trastorno o patología producida por la “interacción entre unos estresores, variables moderadores y variables mediadoras, que junto con la patología, interaccionan entre sí de una manera específica” (Llamazares, Vázquez y Zuñeda, 2013, p. 86).
Modelos sistémico y ecosistémico
Parten de la Teoría General de Sistemas, concebida por Ludwig von Bertalanffy en la década de 1940 que supuso una ruptura con el mecanicismo y un cambio en la conceptualización de la comunicación humana. Define los sistemas humanos como un conjunto de individuos compuesto tanto de aspectos estructurales (límites, elementos, red de comunicaciones e informaciones) como de funcionales a través de varios niveles de complejidad (suprasistema, sistema y subsistemas) y siguiendo una serie de principios (totalidad, entropía, sinergia, finalidad, equifinalidad, equipotencialidad, retroalimentación, homeóstasis y morfogénesis.)
Atribuyen el proceso violento al deseo de los padres por controlar a su hijo, lo que genera un contexto de aislamiento interpersonal donde el adolescente se siente incomprendido e identificado como “el problema” y se propicia un ciclo sintomático circular (Micucci, 1998).
La Teoría del Aprendizaje Social
Bandura y Walters (1959) fueron los creadores de esta teoría. Se supera la tradicional concepción innatista del temperamento o la personalidad, añadiendo el aprendizaje por
modelado al origen de la conducta. Más tarde, Akers (1997), reformula esta teoría para dar respuesta a la causa de las conductas violentas. Aroca (2012) hace un matiz interesante al decir que, si bien la imitación es el elemento principal en el aprendizaje de una conducta, el mantenimiento de la misma depende de factores como los resultados obtenidos con su realización o la aceptación de la misma por personas relevantes.
El modelo de Ajzen
La Teoría de la Conducta Planificada formulada por Icek Ajzen (1991) sostiene que una conducta se inicia y se mantiene según la interacción de la actitud hacia la realización de dicha conducta que tenga la persona, de la percepción de control que tiene sobre dicha conducta y de la influencia del entorno que sea favorable a la aparición de dicha conducta (Ajzen, 2011).
Teoría del Apego
Bowlby (1969) plantea la necesidad innata de tener vínculos emocionales estables, donde encontrar protección. Esos vínculos generan estilos de apego que se desarrollan durante la primera infancia, a través de la relación con los cuidadores primarios y se mantienen generalmente durante toda la vida, ya que integran creencias acerca de sí mismo y de los demás, y juicios sobre las dinámicas relacionales que son efectivas para nutrir su necesidad de atención.Así, existirían dos tipos de apego: seguro e inseguro, que generan subtipos dependiendo del grado de cercanía o alejamiento sentida por parte del niño respecto a sus figuras de apego.
UNA PROPUESTA INTEGRADORA
Vistos los datos que nos ofrecen las diferentes investigaciones, sería lógico plantear un modelo explicativo que integre factores tanto relacionales como conductuales, o dicho de otra forma, variables personales, educativas, familiares, y sociales. Parece demostrado que existe una escalada bidireccional de violencia que se acepta en la familia como casi la única forma de afrontar los conflictos y que este proceso se aprende en un entorno que facilita dicho aprendizaje.
Partiendo de la Teoría de la Conducta Planificada (Ajzen 1991), se define una propuesta que integra conceptos de otras teorías, como la sistémica, en cuanto que se reconoce como eje explicativo la circularidad en las relaciones humanas y la Teoría del Apego de Bowly como respuesta a la incógnita del origen de la conducta violenta. La conducta violenta sería la elegida por el agresor para conseguir sus objetivos (control y poder). La elección de esta conducta viene determinada por la Intención (predisposición a elegir la violencia dada por factores de aprendizaje social o trastornos de apego). La Intención está determinada por la Actitud hacia el Comportamiento. La Actitud supone una valoración de la conducta. Está determinada por las Creencias Conductuales (creencia sobre la probabilidad de que la conducta produzca un resultado) y las Evaluaciones de los Resultados, es decir, la Actitud hacia una conducta se crea a partir de lo que se cree acerca de las consecuencias de la conducta y la evaluación positiva o negativa resultante. Por tanto, si el o la adolescente cree que la violencia dará como resultado la sumisión de sus progenitores y no cree que tenga ninguna consecuencia negativa por el hecho de agredir, su actitud hacia la agresión será alta (Claver, 2017).

Como se ha dicho, la Intención se construye a través del aprendizaje o bien a partir de un inadecuado vínculo afectivo con las figuras de apego durante la infancia. “Las emociones, necesidades, ansiedades y patrones de apego se consideran la fuerza esencial de los sistemas relacionales, y se entiende que los miedos y ansiedades de apego de cada miembro son los que mantienen lo que a veces consideramos una rigidez en los patrones de las familias” (Vetere & Dallos, 2009, p.18. en Cócola, 2017). Así, la falta de atención a las necesidades que muestra el niño con su conducta, genera una pauta relacional desconfirmadora que construye un trastorno identitario en el niño dificultando el reconocimiento de sus emociones (Cócola, 2017; Linares, 2012). El niño precisa realizar conductas de aproximación ante el malestar que le produce la ausencia de respuesta de las figuras de apego. Siente la amenaza de la pérdida o la separación y eso le genera la necesidad de mitigar su ansiedad. Una de las conductas que puede elegir para ello es la conducta violenta, en cuanto que es efectiva para obtener la atención que requiere.
El factor “entorno” viene definido en esta teoría por el concepto de Norma Subjetiva, que es la presión social de los referentes importantes que la persona percibe que tienen hacia la realización o no de la conducta. Entonces, si el ambiente en el que el o la adolescente vive es favorable a la violencia, ya sea porque efectivamente no sufre consecuencias negativas por ejercerla, o porque tanto la familia como el grupo de iguales acepta tal violencia como forma de comunicación, sentirá que la conducta violenta forma parte de su protocolo habitual de relación con los demás.
El factor “aprendizaje” sería explicado por Ajzen a través del concepto de Control Conductual Percibido, que es la percepción sobre la facilidad o dificultad de llevar a cabo la conducta. Esta percepción se construye a través de lo que Ajzen denomina Frecuencia o probabilidad de ocurrencia y Percepción Subjetiva (oportunidades de llevar a cabo la
conducta), por tanto, habrá más probabilidades de que la conducta violenta se repita cuantas más veces se produzca y más oportunidades se tenga para ejercerla.
En el caso de los progenitores, se produce el mismo proceso respecto a la conducta de inhibición o sumisión. Las creencias sobre la conducta violenta de su hijo o hija están cargadas de falsas normalizaciones y de temores acerca de las consecuencias que tiene el adoptar respuestas más contundentes conducentes a la extinción de la conducta violenta en el hijo o hija. Estas creencias favorecen una actitud de sumisión y de pasividad que se verá enriquecida por las consecuencias derivadas de la misma, ya que efectivamente, al no actuar para recuperar su posición de poder, estas madres y padres mantienen la situación bajo un aparente control de cara al exterior de forma que no dan una imagen de “familia con problemas” (Pérez y Pereira, 2006). Esta situación a la vez les hace sentir una falsa sensación de control, el que perderían en el caso de enfrentarse a la situación ya que la escalada de violencia podría aumentar.
Para ayudar a disminuir la aparente “linealidad” del modelo de Ajzen, se incorporan los conceptos de reciprocidad y circularidad que nos ofrece el modelo sistémico. Así, un antecedente válido de las creencias e intención conductual sería la denominada “fusión” del hijo con uno de sus progenitores (Pereira, 2011). Cuando llega la adolescencia y las consiguientes necesidades de autonomía e individuación, el o la adolescente intenta diferentes conductas para satisfacerlas, a partir de sus creencias, creencias lógicamente construidas a partir de posibles experiencias donde la violencia aparece como modelo útil y aceptado de relación. Una vez comprueba que el uso de la violencia es, efectivamente, útil para conseguir sus objetivos, la conducta queda reforzada. Dicho refuerzo viene dado por la actitud parental, sea violenta o sumisa, ya que, en el primer caso, ya se ha probado que la violencia filioparental no acaba con la parentofilial ni al revés (Aroca et al. 2012). La elección de la conducta sumisa por parte de los padres, como se ha dicho, procede de la necesidad de éstos de sentir su parentalidad como exitosa y de la elección de la “no acción” como modo de restablecer el equilibrio familiar. Esta falta de acción viene modulada, a su vez, por la negación por parte de los padres, de la conducta violenta. Esta negación, justificada en un principio por “cosas de la edad”, se ve reforzada cuando la situación se agrava, ya que los padres consideran que es algo que se debe solucionar “en casa” (Pérez y Pereira, 2006; Suarez B., 2012).
Enrique (16 años) y Yolanda (50) conforman una unidad familiar desde que el padre (Enrique) murió de una cardiopatía cuando Enrique contaba con tan solo 6 meses de edad. Yolanda lo perdió todo: el amor de su vida y el trabajo. Desde la muestre de su marido, su vida se convirtió en una lucha por la supervivencia. Enrique es diagnosticado de TDAH cuando tenía 6 años, aunque no se le administra tratamiento alguno. Yolanda trabaja muchas horas y Enrique, a falta de familia extensa (abuelos ya fallecidos y escasa relación con el resto de la familia), pasa el tiempo al cuidado de diferentes niñeras. Enrique nunca ha ido bien en el colegio, en el momento en que consultan cursa una FP de automoción sin mucho éxito, es muy absentista y pasa mucho tiempo solo, sin amigos. Yolanda intenta imponerle rutinas y hábitos de estudio (Academias, tareas en casa…) pero Enrique “no aprende”. Cuando hay discusiones, éstas suelen acabar en violencia. Yolanda acude al centro por decir que no puede más con la situación. No existen denuncias. Enrique refiere que no sabe cómo controlar sus reacciones violentas. Dice que cuando era pequeño su madre le pagaba a menudo porque “me portaba mal” y que ahora, que se ve grande (mide 1,80 y pesa unos 90 kilos), pues ha decidido que no le pegue más: “ahora mando yo”. Yolanda, en los momentos de conflicto habla sobre Enrique como “ese gordo que se pasa el día en el sofá, mentiroso…un parásito”, “cuando murió mi marido, se fue el amor de mi vida y me quedé con esto” “quiero que se vaya a algún sitio”… A él no le dice nada, pero evidentemente Enrique nota el rechazo de su madre: “nunca me ha querido”. Yolanda tiene una pareja con el que viaja cuando puede.
Enrique lo acepta, pero normalmente, cuando se programa uno de esos viajes, se pone enfermo “de la tripa”. Por otra parte, los contactos con la familia extensa (tíos y primos maternos) son escasos, Yolanda refiere no tener ningún apoyo. Enrique cuenta que en las comidas familiares todo el mundo le dice lo mucho que se parece a su padre físicamente. Yolanda lo corrobora, aunque dice que su padre era “perfecto” y que Enrique tendría mucho que aprender.
Parece evidente que la relación de apego madre-hijo está muy dañada y que Enrique vive con el peso de tener que parecerse a un padre al que no conoció y que era “perfecto”. La conducta violenta viene desencadenada por la necesidad de Enrique de tener el control afectivo de su madre y propiciada por su adolescencia, su corpulencia y el aprendizaje vicario ofrecido por su madre durante la infancia.
El trabajo terapéutico se centró en la figura del padre “fantasma”, dando permiso a Enrique para ser diferente a su padre. Por otra parte, se trabajó con la institución escolar para mejorar la motivación de Enrique a la asistencia a clase. La relación de apego se trabajó en sesiones donde Yolanda pudo elaborar su no resuelto duelo, a la vez que devolví a Enrique su rol de hijo, se perdonaban los agravios y se dibujaba una nueva relación basada en el respeto mutuo. Al mejorar en el Instituto, Enrique recuperó parte de su ajada autoestima, Yolanda cambió sus mensajes no verbales y se generó el ambiente adecuado para el aprendizaje de conductas alternativas para resolver sus conflictos del día a día.
CONCLUSIÓN
Partiendo de los resultados obtenidos por las investigaciones consultadas, enmarcadas en unas u otras teorías explicativas, parece claro que la VFP viene determinada por factores tanto educativos y familiares, como sociales y personales. La VFP se produce en forma de escalada en un ciclo bidireccional que se instala como forma de comunicación y se aprende en un entorno que facilita dicho aprendizaje. De acuerdo con Aroca et al. (2012), se deberían plantear investigaciones que contemplen todas estas variables para poder diseñar modelos de intervención tanto paliativos como preventivos (Del Moral et al., 2015).
Sería interesante plantear estudios empíricos en amplias muestras con el fin de descubrir hasta qué punto y en qué medida el trastorno de apego y/o el aprendizaje social influyen en la elección de la conducta violenta por parte del agresor. Ya que dicha elección viene regulada por valoraciones sobre la conducta y por cierta “permisividad ambiental”, sería interesante sondear qué tipo de consecuencias debería acarrear dicha conducta, de forma que esas consecuencias no resultasen ser reforzadores ni positivos ni negativos. Además, parece claro que la intervención temprana es la clave para evitar que se generen oportunidades de que la VFP ocurra, lo que pasa necesariamente por ampliar y mejorar los recursos de apoyo a las familias.
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