Voy a confesaros una cosa: acabo de tirar la comida de mi hijo a la basura. Sí, ya sé que una acción un poco drástica. Os explico por qué lo he hecho.
Los hijos se acostumbran a que les cuidemos, les nutramos en todos los sentidos. Y así tiene que ser, claro. Pero a veces lo que les pasa es que eso que es “costumbre”, que es “apego seguro”, “límites entre subsistemas bien definidos” y lo que queráis llamarle, se convierte, a sus ojos en un deber, TU deber. Y lo es. Pero como padres y madres también tenemos DERECHOS (puestos a hablar de “legislación vigente”). El código civil (art. 155) lo dice muy claro: los niños y adolescentes tienen la obligación de: 1º) Obedecer a sus padres mientras permanezcan bajo su potestad, y respetarles siempre. 2º) Contribuir equitativamente, según sus posibilidades, al levantamiento de las cargas de la familia mientras convivan con ella.
Pero esto, que está muy claro, nos cuesta hacérselo entender a los hijos. ¿Por qué? Por lo que digo de la costumbre. Nosotros, padres y madres, nos acostumbramos a proveer, a cuidar, a hacer a veces más allá de lo que deberíamos. Por amor, por su bienestar, porque sean felices. Y ellos nos lo pagan con exigencias en cuanto algo no les gusta. Volviendo a mi hijo: hoy he hecho algo de comer que no le gustaba mucho. Su actitud, que normalmente es mucho más adecuada emocionalmente hablando, ha sido exigente, además de protestar enérgicamente y acusarme poco menos de querer envenenarle. Tiene 17 años. Y sí, después de intentar razonar sin éxito, he cogido la comida, la he tirado a la basura y el resto él ya lo sabe, ya que lo del código civil (que también se aplica al profesorado), ya se lo he contado varias veces en su vida.
Como digo, no es la primera vez que lo hago. Desde pequeño le he inculcado que todos tenemos derechos y obligaciones. Y que en casa reina el diálogo y la comunicación, pero no la democracia, ya que ante la duda, la última palabra la tengo yo.
¿Y sabéis por qué se le “olvida” de vez en cuando? Por la maldita costumbre. Durante el confinamiento he (y sigo) teletrabajado, por lo que mi presencia en casa ha sido continua y por tanto mi atención a sus necesidades mayor. Además, por aquello de mimarlo más dada la situación, por querer minimizar al máximo las consecuencias del confinamiento, de premiar el esfuerzo académico que ha hecho… pues debe ser que me he pasado y se ha convertido en costumbre. Y de costumbre a obligación, como veis va un paso.
Así es que lo que tocaba era un golpe de realidad (“recuerda el código civil”), un alicatado de límites entre subsistemas (“donde manda capitán…”) sin menoscabar el apego seguro (“la nevera está llena, deja la cocina como la encuentres”).
Tener cuidado, cuanto mejor les tratas…
#ungestocambiatuvida