¿SE HA PERDIDO LA CAPACIDAD DE ESFUERZO?

Leo estos días muchas opiniones, sobre todo motivadas por la llamada “Ley Celáa” de educación, que claman al cielo de cómo puede ser que nuestro sistema educativo hay avanzado hacia niveles máximos de escasa exigencia. Muchos opinan que nuestro alumnado ha perdido la capacidad de esforzarse, que incluso se pierden esa satisfacción que da ver los resultados tras un esfuerzo realizado.

Puede que tengan razón, pero yo me pregunto si esa capacidad de esfuerzo no podría entrenarse también por otras vías sin necesidad de hacer un sistema educativo exigente que se aleje de las necesidades del alumnado.

Algo así ya he tocado en alguna pildorilla dedicada a los deberes escolares, por ejemplo. Los que están “a favor” argumentan que son necesarios para crear hábitos, repasar conceptos y también motivar el esfuerzo. Y tienen razón, pero insisto en que hay otras formas de potenciar todo eso sin necesidad de cargarte la relación con tus hijos a base de pasar horas intentando explicarles algo que ya tienes olvidado o simplemente intentando que hagan esos deberes.

Sea como sea, lo que está claro es que hacer esfuerzos que lleven a un buen resultado, supone una satisfacción. Pero hacerlos y no conseguir los resultados esperados inevitablemente genera frustración y desánimo. Porque, lo de “querer es poder” va a ser que no siempre funciona, no nos engañemos.

A veces sí funciona. Un ejemplo es el tema del deporte y el ejercicio físico. ¿Por qué será que hacer ejercicio, aunque nos suponga un máximo esfuerzo, nos genera bienestar, aunque no lleguemos al máximo nivel?

La respuesta está en las hormonas. El ejercicio físico nos ayuda a segregar endorfinas, que son las hormonas responsables de la sensación de bienestar emocional.  

Pero, dando un paso más, ¿por qué algunos son capaces de llegar al máximo de su esfuerzo y otros no? Ahí es donde entra en juego esa capacidad de esfuerzo de la que hablaba al principio. Esa que nos permite seguir esforzándonos a pesar de no conseguir resultados inmediatos o a pesar de que ese esfuerzo no sea para nada placentero.

Así nos respondía Fran Hidalgo a la pregunta de ¿cómo consigues tu seguir pedaleando a pesar del dolor, la falta de aire, el frío, el calor…?

Todo esto tiene que ver con el concepto de “esfuerzo percibido”, que es ese esfuerzo que nuestro cerebro nos dice que hacemos, valorando diferentes criterios que varían de persona a persona. Por ejemplo, si yo considero que sudar es un síntoma de que me estoy esforzando mucho, hasta que no sude mucho, seguiré entrenando, sin embargo otra persona que considere otros factores, quizá al mínimo atisbo de sudor, ya abandona, o puede estar sudando a mares que hasta que no tenga dolor muscular, no lo dejará. Hay estudios que demuestran la importancia del “Nivel de Fatiga Percibida” como instrumento predictivo en el proceso de toma de decisiones. También se usa la medición de la Percepción Subjetiva del Esfuerzo como ayuda para plantear entrenamientos individualizados. De hecho, cada vez hay más evidencias sobre la necesidad de tener en cuenta el efecto de la carga mental en la planificación del entrenamiento para evitar desajustes graves.

La gran pregunta es cómo tener una percepción de esfuerzo ajustada que nos permita lograr nuestras metas sin llegar a la frustración y el abandono. Y esto serviría no solo para cuestiones de entrenamiento deportivo, sino también en el entrenamiento cognitivo y de competencias que se supone que ofrece el entorno educativo al que pertenecen nuestros hijos y alumnos.

Os dejo aquí una de mis pildorillas con  pautas para ello:

Cómo entrenar en motivación de esfuerzo
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