FACTORES DE RIESGO EN EL CONSUMO DE DROGAS EN ADOLESCENTES

Introducción

            El consumo de drogas es uno de los problemas más importantes a los que se enfrenta la sociedad, tanto por la magnitud del fenómeno como por las consecuencias personales y sociales derivadas del mismo. De hecho, en el año 2006, se produjeron en España 49.283 admisiones a tratamiento por abuso o dependencia de sustancias psicoactivas (excluidos alcohol y tabaco). En 2006, se recogieron 7.042 episodios de urgencias sanitarias directamente relacionadas con el consumo no terapéutico de drogas psicoactivas. La principal sustancia mencionada fue la cocaína (59,2 %) seguida por el alcohol (42,9 %), a pesar de que este dato únicamente se obtuvo cuando se asociaba con alguna otra droga (policonsumo), cannabis (30,9 %), hipnosedantes (28,3 %) y heroína (21,8 %) (PNSD, 2013-2016). El II Plan Autonómico sobre drogodependencias y otras conductas adictivas en Aragón (2010-2016) indica que el consumo de alcohol es abusivo[1] en uno de cada seis adolescentes de entre 15 y 16 años al menos tres veces al mes, número que aumenta con la edad de los individuos, llegando al 22 % de jóvenes que consumen así una vez a la semana (Espejo, Cortés, Giménez, Luque, Gómez y Motos, 2011).

            Desde distintos ámbitos, se han hecho muchos esfuerzos con el objeto de paliar estas consecuencias y frenar el consumo de las mencionadas sustancias. A través de diferentes administraciones, se plantean leyes y propuestas para reducir la oferta y luchar contra el narcotráfico, se ponen en marcha planes y programas de reinserción de drogodependientes mediante los diferentes Planes de Drogas de las Comunidades Autónomas, y, de forma prioritaria en los últimos años, también acciones preventivas y revisiones de los diferentes programas preventivos para optimizar su eficacia. No obstante, a pesar de tales esfuerzos, esos programas no han logrado los objetivos deseados -sobre todo, a largo plazo- seguramente por no haber tenido en cuenta todas las variables implicadas en el consumo de drogas y por no basarse en presupuestos teóricos con probada solvencia científica. El consumo de drogas es un comportamiento complejo sobre el que influyen multitud de variables: contexto en el que se produce (familia, comunidad, entorno socioeconómico y sociocultural, amigos, ideologías, etc.), motivos personales para iniciarse en el consumo y qué hace que ciertos jóvenes lleguen a tener un consumo problemático (factores de riesgo) o no (factores de protección) (González de Audikana, 2008).  Es obvio que el consumo de drogas tiene serias consecuencias para la salud de las personas, y muy especialmente entre los adolescentes, ya que es en esta etapa cuando los individuos desarrollan sus hábitos de vida. El consumo de drogas disminuye la motivación, interfiere en los procesos cognitivos, contribuye a la aparición de desórdenes mentales e incrementa el riesgo de daño o muerte accidental (Hawkins et al., 1992). Adicionalmente, puede tener graves repercusiones en la salud, incluso para los usuarios ocasionales. La cocaína y las anfetaminas producen problemas cardíacos, incluyendo el infarto o hipertermia mortal. El consumo crónico de cannabis puede causar drogodependencia y diversos trastornos conductuales y psiquiátricos, como ansiedad, depresión y episodios psicóticos, aunque aún existe cierta controversia en esto último, ya que no se puede afirmar taxativamente que dichos episodios sean consecuencia directa del consumo (Arendt, M., Rosenberg, R., Foldager, L., 2005). El cannabis también es causante de una mayor prevalencia de enfermedades infecciosas, pulmonares, deficiencias renales y disfunciones endocrinas (Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, 2012).

            El avance en la tarea preventiva ante el fenómeno de las drogas no es lo rápido y efectivo que sería deseable, aunque existe una estructura que parece dar respuestas, pero los resultados esperados no se dan en realidad. En la última Asamblea General de las Naciones Unidas, los Estados miembros reconocieron que la reducción de la demanda era un pilar indispensable del enfoque global para luchar contra el problema mundial de la droga. Se estipuló que las políticas de reducción de la demanda deberían estar orientadas hacia la prevención del uso de drogas y la reducción de las consecuencias negativas de su empleo indebido. En España, la Estrategia Nacional sobre Drogas 2009-2016 (Delegación del Gobierno para el Plan Nacional sobre Drogas, 2009) se propone entrenar a los individuos en sus habilidades de afrontamiento del consumo. En cuanto a Aragón, los estudios revisados (Gracia et al., 2007; Molina Chueca et al., 2004) indican, por ejemplo, que esta sería la segunda Comunidad Autónoma con mayor porcentaje de consumidores de marihuana. Las diferentes acciones de prevención ejecutadas hasta el momento no han parecido tener el éxito deseado en cuanto a la reducción del consumo de drogas en los adolescentes aragoneses. Entonces, se concluye que -a pesar de los avances- no solo deben mejorar las actuaciones preventivas ya puestas en marcha, sino ampliar horizontes y, sobre todo, buscar que todas las citadas acciones preventivas se basen en principios y criterios bien acreditados y avalados por la comunidad científica (Gómez y Martín, 2012; Babín, 2012). Adicionalmente, habría que diseñar intervenciones que combinen componentes en el nivel tanto individual como familiar y social, ya que los determinantes de la de consumo y otras conductas de riesgo no parecen ser los mismos en todas las conductas (Cueto, Saldarriaga y Muñoz, 2011). Algunos de estos componentes se analizan en el presente estudio.

            Aunque los estudios son numerosos, en ninguno de ellos se ha encontrado evidencia alguna que relacione a los factores individuales de personalidad con factores interpersonales concretos que estén presentes en el consumo de cualquier sustancia en adolescentes escolarizados; no lo ha sido en los planos internacional ni nacional, y menos aún en nuestra Comunidad Autónoma (Aragón). Realizar una investigación como la que se presenta en este trabajo sienta un precedente único hasta el momento, y podrán obtenerse recomendaciones muy concretas con las que poder diseñar programas de prevención e intervención efectivos a partir de sus resultados.

Marco teórico

            El objetivo principal de esta investigación es conocer qué hay detrás de la decisión de consumir drogas por parte de los adolescentes oscenses. Para ello, se parte de un análisis de los estudios e investigaciones más relevantes que abordan la problemática de dicho consumo. Tal análisis pone de manifiesto la necesidad de profundizar en el conocimiento de aspectos relacionados con la personalidad humana desde los enfoques más centrados en los rasgos estables de esta hasta los que incluyen aquellos aspectos que se ven más influidos por variables externas. Se parte, entonces, de un modelo integrador derivado de la investigación y teoría contemporánea sobre la personalidad en el que la personalidad se concibe como relativamente estable en el ser humano, aunque con influencias tanto de factores externos como de creencias a actitudes hacia una determinada conducta.

            Muchos son los estudios que analizan la problemática del consumo de drogas. Desde la Psicología Social, las investigaciones revisadas nos muestran análisis de aspectos como la percepción de riesgo, consumo percibido, percepción de la disponibilidad, etc. (De la Villa y col., 2006; E. Megías Valenzuela et al., 2000, 2004, 2010; Injuve, 2012). Son múltiples los factores implicados en la conducta de consumo de drogas en jóvenes y adolescentes. Como dice García, M. (2003, p. 53) citando a Petraitis, Flay y Miller (1995): «se conocen la mayoría si no todos los factores que influyen en el consumo de drogas, pero lo que no conocemos todavía en profundidad es cómo todos esos factores se relacionan entre sí». Entonces, la investigación psicológica sobre este fenómeno ha de basarse en modelos integradores que estudien la conducta humana. Como se ha dicho, no existen muchos estudios que se centren tanto en los factores cognitivos-conductuales como en los de personalidad, y son muchos menos los que correlacionan ambos factores con el fin de discriminar qué peso específico tiene cada uno de ellos en la decisión de consumir drogas o de no hacerlo en un momento determinado de la vida del adolescente.

            Gran parte de la investigación sobre la personalidad infantil y adolescente se ha centrado principalmente en dos aproximaciones teóricas: el Modelo de los Tres Factores, de Eysenck (1952), y el Modelo de los Cinco Grandes, de Allport y Odbert (1936), Cattell (1943) y Norman, (1963). El primero de ellos propone la existencia de tres dimensiones: neuroticismo, extraversión y psicoticismo. El segundo añade otros tres: conciencia, cordialidad o agradabilidad y apertura. Una importante ventaja del Modelo de Rasgos de Personalidad es que ha sido ampliamente validado (Carrasco, Holgado y Del Barrio, 2004). Al hablar de «rasgos», se hace referencia a atributos estables en el individuo, por lo que su capacidad descriptiva y su potencial de evaluación son altos. Además, al ser comprensivo, facilita la comunicación entre investigadores.

            Los estudios analizados indican que los rasgos de personalidad más implicados en la conducta de consumo serían la extroversión (Ibáñez, 1991; Sainz y otros, 1999; Pedrero, 2003; Calvete y Estévez, 2009), la impulsividad -entendida en el BFQ como inestabilidad emocional y baja tolerancia a la frustración (Ibáñez, 1991; Mesa y León-Fuentes, 1996; Sáiz et al., 1999; Pedrero, 2003, Fantín 2006; Verdejo et al., 2008; Becoña et al., 2012)-, la búsqueda de sensaciones -llamada «apertura» en el BFQ (Sáiz et al., 1999)-, la sensibilidad hacia los demás -correspondiente al rasgo «amabilidad» del BFQ (Fantín, 2006)- y la rebeldía -incluida en el factor «conciencia» del BFQ (Fantín, 2006)-. Se echan en falta estudios que valoren cuál es el peso que cada uno de estos factores tiene tanto en adolescentes que deciden consumir drogas como en los que no para valorar qué diferencias reales existen entre ambos grupos y si son significativas.

El factor encontrado por Calvete y Estévez (2009) -por ellos denominado «autocontrol insuficiente»- introduce un precedente distinto a los rasgos de personalidad, ya que aporta el matiz de las «creencias» que las personas tienen sobre el control conductual. Este enfoque sugiere que, además de estudiar los citados rasgos de personalidad, es útil tener en cuenta otros para llegar a explicar la naturaleza de la decisión de consumo por parte de los adolescentes. Desde la Teoría de la Conducta Planificada, de Ajzen (Ajzen y Fishbein, 1980), se ofrece un marco teórico que complementa este enfoque, pues integra creencias sobre las consecuencias que tendrá una determinada conducta, la presión social que se percibe y la importancia que se da a dicha presión social, el control percibido sobre la conducta, etc. Las creencias, intenciones y control conductual han sido ampliamente estudiados por el profesor Izec Ajzen (1988, 1991)[2] y sus colaboradores (Ajzen y Fishbein, 1980). La intención conductual es el factor más directo y cercano a la conducta, mientras que la actitud es una valoración positiva o negativa que el sujeto hace de la realización de la conducta y está determinada por las creencias de la persona sobre los resultados del comportamiento y las evaluaciones de dichos resultados. La Norma Subjetiva consiste en la percepción que el sujeto tiene de las presiones sociales que le incitan a realizar o no cierta conducta, y está compuesta por las creencias de la persona sobre lo que determinados grupos de referencia piensan de dicho comportamiento y su motivación para complacer a estos grupos de referencia. Finalmente, el Control Conductual Percibido representa la percepción de la facilidad o dificultad existente para realizar una conducta, y se asume que refleja la experiencia pasada así como la anticipación de impedimentos y obstáculos. Si tenemos una Actitud y una Norma Subjetiva favorables y un Control Conductual Percibido alto, la Intención de realizar la conducta será mayor. La Percepción de Control puede sustituir al Control real sobre la conducta, por lo que servirá como predictivo sobre la ocurrencia, o no, de esta (Giménez, 2011). La TCP ha sido ampliamente utilizada para describir comportamientos de salud sobre los que no se tiene control voluntario (Godin y Kok, 1996), incluyendo, por tanto, conductas adictivas como el consumo de alcohol, tabaco y cannabis, así como el policonsumo (Norman y Conner, 2006; Collins y Carey, 2007; Hassan y Shiu, 2007; Espejo, Cortés, Giménez, Luque, Gómez y Motos, 2011; Giménez, 2011). En cuanto al resto de drogas ilegales, los estudios son mucho menos frecuentes. Un trabajo de Hulten, Bakker, Lodder, Teeuw y Leufkens (2003) que analiza Jesús Sáiz (2008, p. 99) muestra que la TCP es útil para la medición y explicación de la conducta de consumo de drogas.

Marco empírico

            La investigación sobre consumo de drogas conlleva una serie de particularidades, ya que se encuentra inmersa en prejuicios que pueden complicar el estudio. Para evitarlo, la presente investigación se diseñó sobre la base de pruebas objetivas y anónimas en las que se demanda a los sujetos que opinen sobre la conducta de consumo -sea cual sea y exista o no- aclarando específicamente que el objetivo pretendido es saber qué factores intervienen en la decisión de consumo o no consumo y que se da por hecho que declararse consumidor de algún tipo de droga no es indicativo de adicción ni de abuso. Se contó con el apoyo del servicio de orientación de los centros educativos de los que se extrajo la muestra. La Dirección Provincial de Educación, en Huesca, animó a los centros seleccionados para que colaboraran en la investigación. Seguidamente, se envió un correo electrónico a dichos centros y todos ellos accedieron a participar en el estudio, tras lo que se mantuvieron reuniones con los equipos en cada centro para explicarles el objetivo del estudio. Los cuestionarios se cumplimentaron individualmente, de manera anónima y voluntaria por cada estudiante en las aulas de sus centros y en horario docente; normalmente, aprovechando las horas de tutoría.

            El objetivo principal de este estudio es analizar los rasgos de personalidad, creencias y actitudes implicados en la decisión de consumo de drogas, es decir, la percepción sobre el control de la conducta de consumo, la predisposición a consumir y la presión social hacia ese consumo o no consumo por parte de los adolescentes escolarizados en centros públicos de zonas urbanas de la provincia de Huesca. Todo ello, con el fin de proporcionar conclusiones útiles para generar propuestas preventivas basadas en evidencias empíricas. Se parte de estudios previos suficientes como para avalar una investigación que ponga a prueba la afirmación de que, además del entorno del individuo, sus tendencias de personalidad inciden de igual forma en la decisión de consumir drogas, o no, en la edad adolescente. Factores internos, como Rasgos de Personalidad y Conducta Planificada, son útiles para comprender la manera en que nuestros jóvenes deciden consumir drogas o no hacerlo.

            En el curso 2011-2012, hubo 3.650 alumnos matriculados en 3.º y 4.º de la ESO en centros públicos de la provincia (1.912 y 1.738, respectivamente según datos del Departamento de Educación, Universidad, Cultura y Deporte del Servicio Provincial de Huesca). Utilizando la ecuación que propone Clark- Carter (2002, p. 408), en la que se divide el universo total entre el margen de error al cuadrado, nos daría una muestra de 462 con un margen de error del 2,82 %. Los centros educativos se seleccionaron teniendo en cuenta las peculiaridades sociodemográficas y culturales de la provincia, de manera que se escogieron los más representativos por su industria, por ser capital administrativa y por su agricultura y servicios. Dicha selección se realizó mediante un muestreo por conglomerados o grupos (clusters) dado que el muestreo individual resulta prácticamente inaplicable (no es posible acceder al listado de alumnos por la Ley de Protección de Datos) y así se recomienda, además, en la literatura consultada (Marín Ibáñez, R., 1985, Jiménez Fernández, C., 1983). La muestra final fue de 636 adolescentes participantes procedentes de los 5 centros seleccionados para constituirla, cuyos nombres se han omitido para preservar su anonimato. Todos ellos -excepto uno (el centro 4), que supone un 9,3 % (N= 59) del total de la muestra- se mueven entre el 18,6 % (N= 118) y el 28,6 % (N= 182) (véase Figura 1 y Tabla 10). Según el censo de estos centros en enero de 2013, el número total de alumnos matriculados era de 827; por tanto, la muestra contiene el 76,90 % de dicho censo. Dicha muestra final, como se indica anteriormente, superaba con creces el tamaño mínimo estimado con la ecuación de Clark-Carter; de ese modo, garantizaba la representatividad de la población de escolares adolescentes objeto de estudio.Por género, prácticamente la mitad del total (50,3 %; N= 320) eran varones, frente al 49,7 % (N= 316) de mujeres sin que existiese una mayoría significativa con p>,05 (Chi2= 0,02; 1 gl; N= 636; p= ,874) de ninguno de ambos géneros. La muestra total se sitúa en un rango comprendido entre los 13 y los 18 años, con mediana en 15. La edad media es de 15,15 ± 0,92 años, lo que nos permite estimar para la población un IC al 95 % de entre 15,07 y 15,22 años (error típico: 0,04). Se observa una muy ligera asimetría que, sin embargo, es suficiente para que la variable no se acomode al modelo de la campana de Gauss con p<,001 en el test de bondad de ajuste de Kolmorogov-Smirnov (p= ,000).

            Para sondear los rasgos de personalidad, se utilizó el «Big-Five Factors Questionary» (BFQ- NA) de Barbaranelli, Caprara y Rabasca (2006). El tiempo necesario para su cumplimentación es de unos 20 minutos, y consta de 65 ítems que se valoran mediante una escala de cinco alternativas. El conjunto de estos elementos se agrupa en las cinco dimensiones de personalidad descritas por el modelo de los Cinco Grandes: Conciencia, Apertura, Extraversión, Amabilidad e Inestabilidad emocional. Por otra parte, Espejo, B., Cortés, M. T., Giménez, J. A., Luque, L. E. y Gómez, R. A. (2011), en su estudio publicado en la Revista Española de Drogodependencias, elaboraron un instrumento de medición que incluye todas las variables incluidas en la TCP siguiendo las directrices del Modelo de Conducta Planificada de Ajzen (2006). El tiempo requerido para cumplimentar este cuestionario es de unos 30 minutos, y se hace de forma individual. Cuenta con 12 ítems que sondean variables personales y aspectos relacionados con el consumo, 68 ítems que se valoran mediante una escala de 7 alternativas (de menos acuerdo a más acuerdo) y otros 65 que se valoran en una escala de 7 puntos (de menos importante a más importante). Las herramientas y técnicas estadísticas utilizadas fueron: tablas de frecuencias y porcentajes para variables cualitativas, o categóricas, con test de homogeneidad de Chi-cuadrado; tablas de contingencia con test Chi-cuadrado de independencia entre dos variables cualitativas; análisis exploratorio y descriptivo de variables cuantitativas con test de bondad de ajuste al modelo normal de Gauss y diagramas de caja para la detección de valores atípicos (outliers); correlación entre variables cuantitativas con Pearson y Spearman, y pruebas de significación de diferencia de medias: T de Student y Anova. Estimaciones del tamaño del efecto con: d de Cohen, Phi, y Eta2, según el caso. Se realizaron análisis multivariantes con Anova de 2 y 3 factores de efectos fijos con interacción entre factores y estimación del tamaño del efecto con Eta2 parcial.

Resultados

            Las variables sociodemográficas estudiadas fueron sexo, edad y consumo o no consumo (considerándose consumidor o no consumidor según el propio relato del sujeto). Se considera consumo cuando el sujeto responde que lo hace en el cuestionario de TCP indicando la edad a la que comenzó y algunos datos (tipo de droga, cantidad, etc.). Según sus propias respuestas, el 60,2 % (N= 383) de los adolescentes participantes en el estudio se consideraban consumidores de drogas. Representaban una mayoría estadísticamente significativa con p<,001 (Chi2= 26,57; 1 gl; N= 636; p= ,000) con respecto al 39,8 % que refirió no serlo. Este dato permitió estimar la incidencia del consumo en esta población en el IC entre 56,4 y 64,0 % (error típico 1,9 %) con una confianza del 95 %. En cuanto al sexo, como se puede comprobar, las tasas de consumo en chicos y chicas eran similares, sin una diferencia que pudiera ser considerada como estadísticamente significativa con p>,05, aunque el porcentaje de consumidores era algo superior en chicos (62,3 %) que en chicas (58,1 %). Por lo que se refiere a la edad, la media de los consumidores era ligeramente mayor (15,31 años) que la de los no consumidores (14,90), alrededor de 5 meses que bastan para ser estadísticamente significativos con p<,001 y con tamaño del efecto moderado según la d de Cohen. Centrándonos en la edad de inicio de los 383 consumidores, se observó un caso de outlier (fuera de rango) en un participante que confesó haberse iniciado a los 7 años de edad. Otro afirmó haberlo hecho a los 9 años, aunque no aparece estadísticamente como fuera de rango. El resto de casos se mueve en el rango de entre los 10 y los 17 años, con mediana de 13. La media es de 13,08 ± 1,23 años, lo que permite estimar un IC poblacional con una confianza del 95 % de entre 12,96 y 13,21 años (error típico: 0,06). Una cierta asimetría y altura fuera de lo normal de la campana de Gauss provoca que la variable se aleje significativamente de ese modelo con p<,001 en el test KS de bondad de ajuste. Comparando la edad en el momento del estudio con la edad de inicio -y aunque pudiera dar la impresión de que esta es cada vez más temprana, ya que los que tenían 16-17 se iniciaron pasados los 13 años (medias 13,09 y 13,19) mientras que los de entre 14 y 15 lo hicieron incluso algo antes de los 13 (medias 12,97 y 13,06)-, las diferencias no alcanzan significación estadística con p>,05 (Anova: F= 0,57; 3 y 373 gl; p= ,634), lo que permite afirmar que la edad de inicio es la misma en toda la muestra analizada. Siguiendo con el grupo de consumidores (N= 383) consultados acerca del consumo concentrado, más de la mitad (59,3 %) indicó hacerlo en ese momento, y a dicho número podría añadirse otro 19,3 % (N= 74) de los que lo hicieron pero dejaron de hacerlo. Solamente el 21,4 % nunca lo hizo. No se encontraron diferencias por sexo que pudieran considerarse estadísticamente significativas con p>,05 (Chi2= 2,94; 2 gl; N= 383; p= ,230) a pesar de que son más las mujeres con consumo concentrado (63,5 %) que los varones (54,8 %). El 19,3 % de las chicas y el 23,7 % de los chicos nunca lo fueron.  Al asociar el consumo concentrado con la edad actual y con la de inicio voluntario, también se encontraron diferencias significativas (véanse Figuras 12 y 13). En el caso de la edad actual con p<,01 (Anova: F= 5,62; 2 y 374 gl; p= ,004), los consumidores concentrados tenían en ese momento una edad mayor (15,37 ±0,86) que la de los que nunca lo había hecho (15,00 ± 0,85). En cuanto a la de inicio, la diferencia resultó significativa con p<,001 (Anova: F= 9,10; 2 y 380 gl; p= ,000), y el consumidor concentrado se inició antes (12,93 ±1,26) que el que aún no lo había hecho (13,59 ± 0,98).

            Para el estudio de las variables BFQ, se optó por hacer un doble análisis estadístico. Por un lado, con pruebas de diferencia entre medias calculadas a partir de los valores del T-baremo. Por otro, contrastando la distribución de los porcentajes de las categorías diagnósticas. Se comenzó por exponer los resultados de las variables en su forma numérica. Lasmedias de todas las escalas se encuentran en el rango de la normalidad, aunque el rango de valores muestra que hay puntuaciones extremas que se equilibran para provocar ese promedio. En el estudio exploratorio, aparecieron algunos valores fuera de rango sin apenas trascendencia. Solamente es digno de mención un caso en la variable Apertura al ser un far-out (extremo lejano), pero su peso en una muestra de 636 participantes es despreciable. La forma de las variables no se acomoda al modelo normal de Gauss, alejándose de él de manera significativa en el Test de bondad de ajuste. Aunque pudiese suponer un problema para el uso de técnicas paramétricas en el contraste entre las medias, el elevado N hace que sus resultados coincidan con los de sus alternativas no-paramétricas. Segun los contrastes de la medias en estas variables BFQ entre consumidores y no consumidores, no hay diferencias estadísticamente significativas con p>,05 ni en Amabilidad ni en Extraversión. En cambio, sí aparecen en las otras tres.

En Apertura, la diferencia con p<,001 indica que los consumidores puntúan menos (47,99) que los no consumidores (50,84). La diferencia estimada para la población se sitúa en el IC 95 %: 1,54-4,16 puntos T. El tamaño del efecto, si bien moderadamente bajo, ya es relevante. En Conciencia, la significación también se produce con p<,001 y, como en la anterior, los consumidores puntúan menos (45,89) que los no consumidores (49,71). El IC al 95 % sitúa la diferencia entre los 2,62 y 5,02 puntos T. El tamaño del efecto ya es mucho mayor, aunque no llega a ser grande. En Inestabilidad emocional, la diferencia alcanza significación con p<,01 indicando que los consumidores tienen una media más alta (50,20) que los no consumidores (47,92). Se estima la diferencia poblacional en el IC 95 %: 0,67-3,87 puntos T. El tamaño del efecto en esta variable es leve. Centrándonos en los consumidores, las variables anteriores se contrastan con el consumo concentrado. No se encontraron diferencias estadísticamente significativas con p<,05 en Apertura, aunque por escaso margen, ni en Extraversión. Sí las hubo en las otras tres variables. En Amabilidad, la significación se produce con p<,05, y los que en el momento realizaban un consumo concentrado son los que menos puntúan (51,25), mientras que la media es mayor (54,27) en el caso de los que nunca lo habían hecho. El tamaño del efecto es leve según eta2 (R= 0,145).En Conciencia, la significación ya es más fuerte con p<,01 y potencia 94,1 %. Como en la anterior, la media menor es la de quienes hacían consumo concentrado (44,85) y la mayor la de los que nunca lo habían hecho (48,41). El tamaño del efecto es moderado (R= 0,196).En Inestabilidad emocional, la significación es aún más fuerte con p<,001 y potencia 95,4 %. Las diferencias establecen que la media más alta es la de los consumidores concentrados (51,71), mientras que la más baja es la de los que nunca lo hicieron (46,99). El tamaño del efecto también es moderado (R= 0,200). En Apertura, aunque no se alcanzó significación, se está en el umbral de la misma (p= ,077). Ello implica que parece haber una tendencia de los sujetos con consumo concentrado a puntuar menos que los demás. A continuación, se procede al análisis de las variables BFQ según la clasificación en categorías diagnósticas siguiendo el mismo esquema; primero, con la muestra completa, y después, solo con consumidores. A la vista de que los porcentajes en las categorías de ambos extremos eran muy reducidos por lo general, se decidió reagruparlas con sus adyacentes resultando una clasificación entre niveles. Según la misma, lo más destacable es que en Amabilidad, solo el 18,8 % se encuentra en niveles bajos/muy bajos, en Apertura, aunque la mitad (53,5 %) está en la categoría promedio, hay un reseñable 30,5 % en las de bajo/muy bajo, en Conciencia, también destaca un 45,5 % de nivel bajo/muy bajo, en Extraversión, más de la mitad (52,5 %) se encuentra en el nivel promedio y en Inestabilidad emocional, casi se reparten a tercios entre las tres categorías, con algo más de presencia en la promedio y en la de alta/muy alta (35,2 %). La comparación entre estas clasificaciones diagnósticas y el consumo muestra que, en cuanto a la presencia o ausencia de significación, los resultados son muy similares a los encontrados en el anterior contraste de medias. No hay relación estadísticamente significativa con p>,05 en las variables Amabilidad y Extraversión, pero sí diferencias significativas en las otras tres. En Apertura, hay significación con p<,001 y se observa que las categorías promedio tienen cierta semejanza, pero hay más consumidores (30,5 %) en las del extremo inferior y, fundamentalmente en el extremo alto/muy alto, menos consumidores (15,9 %) que no consumidores (30 %). El tamaño del efecto es leve. En Conciencia, también existe significación con p<,001 y las diferencias se dan nuevamente en los extremos. En el inferior, hay más participantes del grupo consumidor (45,4 %) que del no consumidor (26,9 %). En el superior, al contrario, hay más sujetos del grupo no consumidor (24,1 %) que de los consumidores (12 %). El tamaño del efecto es algo superior al anterior. En Inestabilidad emocional, la significación existe con p<,01 y hay más no consumidores (38,7%) en el extremo inferior y más consumidores en el superior (35,2%). El tamaño del efecto sigue siendo leve y algo menor que los anteriores.

            Limitándonos de nuevo al estudio de los consumidores, se ha cruzado el consumo concentrado con las variables BFQ en este formato de datos. No se ha encontrado significación con p>,05 en Extraversión. Aunque tampoco la hay en Apertura, vuelve a ser por muy escaso margen (p= ,065), lo que parece indicar la misma tendencia anteriormente comentada de que los sujetos con nivel bajo/muy bajo en esta variable son principalmente los consumidores concentrados (35,7 %).Sí hay significación en las demás variables. En Amabilidad, con p<,05 se observa cómo hay más sujetos del grupo de consumidores concentrados (23,3 %) en los niveles bajos/muy bajos que en los otros dos (aproximadamente el 12 %). El tamaño del efecto se mantiene en niveles leves a moderados. En Conciencia, con p<,01 y en la misma línea, se comprueba que hay más casos del grupo de consumidores concentrados (50,2 %) en los niveles del extremo inferior que en los otros dos, mientras que hay más casos del grupo que nunca ha consumido de esta forma (19,5 %) en los niveles del extremo superior. El tamaño del efecto un poco mayor que el anterior ya está en el entorno del grado moderado. En Inestabilidad emocional, con una significación p<,01, se aprecia que ahora hay más sujetos del grupo consumidor concentrado (40,5 %) en el extremo superior, y más del grupo que nunca consumió en esta forma (41,5 %) en el extremo opuesto. El tamaño del efecto aquí ya es claramente moderado.

            El resto de variables se incorporó a continuación como posibles factores generadores de diferencias significativas en las variables BFQ dentro de los análisis anteriores. Por tanto, tras los mencionados análisis bivariados, se procedió a realizar un análisis estadístico multivariante. Vistos los resultados que se acaban de mostrar -muy similares cuando las variables se consideran como cuantitativas (numéricas) y cuando se usan las categorías diagnósticas-, se optó por hacer los siguientes análisis antes citados en el formato numérico. Esto permitió la utilización de la potente prueba estadística Anova de dos factores con interacción, que es precisamente la que más interesa estudiar.

Los resultados muestran que en Amabilidad, y manteniendo que no hay diferencias significativas debidas al consumo, sí se detectaron diferencias por cuestión de género con p<,01, puntuando más las mujeres (53,66) que los hombres (51,42). Entre los no consumidores, la diferencia entre sexos (1,75) resultó ser un poco menor que entre los consumidores (2,63), pero sin que la combinación de factores alcanzara significación con p>,05. En Apertura, aparte de confirmar la significación entre consumidores ya conocida y comentada, tampoco se encontraron diferencias significativas por sexos (p>,05), aunque por escaso margen (p= ,053). No obstante, el tamaño del efecto es tan leve que sugiere que serían poco reseñables de haberlas. Así mismo, tampoco se observaron diferencias significativas con p>,05 debidas al efecto de la interacción de factores. En Conciencia, además de la significación entre consumidores que ya se ha comentado en análisis anteriores, también se hallaron diferencias entre sexos con p<,05, siendo la media de los chicos (46,81) menor que la de las chicas (48,01). La interacción no ejerce efecto diferencial significativo con p>,05. En Extroversión, no hay ninguna variable ni su interacción que ejerzan efectos significativos (p>,05). En Estabilidad emocional, tras confirmar la conocida diferencia entre consumidores, se encontró una nueva significación con p<,001 por sexos, de modo que las chicas tienen una media más alta (52,09) que los chicos (46,53). Sin embargo, la interacción tampoco es significativa con p>,05; por tanto, esto ocurre igual en consumidores que en no consumidores.

            A continuación, se realizó un estudio multivariante similar solo en el grupo de consumidores y añadiendo la variable consumo concentrado. En Amabilidad, a las diferencias ya conocidas por efecto del consumo concentrado, se añadieron diferencias significativas por sexo con p<,01 en las que los chicos consumidores puntuaron menos (50,85) que las chicas (53,48), pero la interacción no ejerce significación alguna con p>,05. En Apertura, añadir el sexo al modelo explicativo no presenta ninguna variación, sigue sin encontrarse diferencia significativa alguna con p>,05. En Conciencia, a las diferencias significativas ya conocidas de los análisis anteriores debidas al consumo concentrado, se añaden otras por razón de sexo con p<,01, siendo menor la media de los chicos consumidores (45,06) que la de las chicas (46,66). La interacción no añade significación con p>,05. En Extraversión, como en Apertura, la incorporación del sexo en un modelo explicativo multivariante no aportó ninguna significación nueva con p>,05. Finalmente, en Inestabilidad emocional, se añade a la ya conocida diferencia debida al consumo concentrado una alta significación de diferencias por sexo con p<,001 en la que las chicas consumidoras puntúan más (53,21) que los chicos (47,00). Sin embargo, la interacción carece de significación alguna con p>,05.

            Respecto al cuestionario basado en la Teoría de la Conducta Planificada, a partir de las respuestas a los ítems del cuestionario, se procedió a recodificar aquellos ítems con escala de respuesta -3 a +3, a escala 1 a 7, con intención de homogeneizar los valores Likert de todos ellos en una misma escala de puntuación, recodificar los ítems de enunciado inverso (7 a 1) en forma ascendente como todos los demás y calcular la puntuación promedio (suma total de respuestas/n.º de ítems) para cada sujeto en cada uno de los factores directamente observables existentes en el cuestionario (redondeo a dos cifras decimales). Por último, también se calcularon las puntuaciones de los constructos definidos en el cuestionario (igualmente, con redondeo a dos cifras decimales). Todo esto generó un total de 9 variables que se emplearían para los siguientes análisis estadísticos: Creencias sobre la conducta de consumo (3): ICC, ICN e ICCT; Importancia de las creencias (3): ECC, MC y FP; Actitud hacia la conducta de consumo (2): INS y MNS, y Control Percibido sobre la conducta de consumo (1): CP. Para el estudio estadístico, se analizaron las variables en los cuatro bloques citados, se hizo un estudio exploratorio y descriptivo en primer lugar, se contrastaron las diferencias entre consumidores y no consumidores, se añadió la perspectiva de un análisis multivariante al sexo, se seleccionaron solamente los consumidores y se contrastó con el consumo masivo; finalmente, como antes, la variable sexo se incorporó a un diseño múltiple.

            Al observar el contraste entre consumidores y no consumidores de la muestra total se obtuvieron puntuaciones significativamente (con p<,001) más elevadas en las tres variables de este grupo en consumidores. Las diferencias están entre los 0,55 puntos en ICCT y los 0,72 en las otras dos variables. No obstante, el tamaño del efecto -elevado en todas ellas- indica que la magnitud de estas diferencias es grande en función del consumo. Estos resultados indican que los sujetos que refirieron consumir algún tipo de droga tenían creencias positivas respecto a las consecuencias del consumo en mayor medida que los no consumidores, así como mayor creencia en que las personas que les rodean piensan de forma negativa sobre dicho consumo; por otra parte, percibían tener mayor control sobre su conducta.

            La variable sexo se incorporó al contraste anterior ya desde la perspectiva de un análisis multivariado, confirmándose las diferencias que ya se habían demostrado entre consumidores y no consumidores. Además de ello, se encontró una diferencia significativa con p<,05 en ICC en función del sexo, según la cual los chicos puntúan más alto que las mujeres (3,81 vs. 8,68), aunque el tamaño del efecto es pequeño. Ello indicaría que los chicos consumidores tienden a presentar creencias positivas respecto al consumo en mayor medida que las chicas consumidoras. Esta diferencia es semejante en ambos grupos según consumo, por lo que la interacción no presenta significación (p>,05). Tampoco hay significación en función del sexo ni de su interacción con el consumo en las otras dos variables, lo que indica que no existe diferencia entre chicas y chicos en cuanto a creencias sobre el consumo, ya sean consumidores o no.

            Se observan puntuaciones significativamente (p<,01) más elevadas en los consumidores para la variable ECC, aunque el tamaño del efecto es pequeño. No existen diferencias (p>,05) en MC, mientras que estas son altamente significativas (p<,001) en FP con un tamaño del efecto medio, siendo de nuevo los consumidores quienes puntúan más (4,08) que los no consumidores (3,62). Estos resultados indican que los consumidores dan más importancia que los no consumidores a las consecuencias del consumo y que no hay diferencias entre unos y otros en cuanto a la importancia que conceden a lo que la gente opine sobre su consumo, pero también que los consumidores dan mayor importancia que los no consumidores a las habilidades que creen tener para controlar la conducta de consumo. Se encontró que el sexo tiene efecto significativo tanto en ECC como en MC, altamente significativo en el primer caso (p<,001) con un tamaño del efecto leve, puntuando más las mujeres que los hombres. Esta diferencia se mantiene en los dos grupos de consumo, por lo que la interacción  no es significativa. En MC, por su parte, la significación se produce con p<,05 y, por ello, el tamaño del efecto también es más pequeño. Las chicas puntúan más a igual sentido de la diferencia. El sexo no ejerce efecto (p>,05) en FP, pero la interacción con el consumo casi aparece como significativa (p= ,066); no obstante, como es lógico, el tamaño del efecto es muy pequeño. Estos resultados muestran que las chicas, tanto consumidoras como no consumidoras, dan mayor importancia que los chicos a las consecuencias de su conducta de consumo y a lo que los demás opinen sobre dicha conducta. Sin embargo, tanto chicos como chicas conceden una importancia semejante a las habilidades que creen tener para controlar su conducta, y esta importancia es mayor en los no consumidores.

            Especialmente llamativo es que la media de CP sea la más alta de todas las variables analizadas, lo que indica una elevada sensación de control en la muestra en general. Todo lo contrario ocurre en la variable INS, lo que demuestra que los adolescentes de la muestra opinaron que la mayoría de las personas que les rodeaba no estaba de acuerdo con que consumiese drogas. El contraste entre consumidores y no consumidores en estas variables muestra que se observan diferencias altamente significativas con p<,001 y tamaño del efecto moderado, tanto en INS como en CP, pero no en MNS (p>,05). Los consumidores puntúan por encima de los no consumidores en ambas variables. Esto indica que los consumidores opinan en mayor medida que los no consumidores que las personas que les rodean no están de acuerdo con su consumo. Sin embargo, la importancia que se da a esa opinión es igual en consumidores que en no consumidores. Además, los consumidores creen tener mayor control sobre su conducta. En la variable INS el sexo por sí solo no ejerce significación (p>,05), pero sí en su interacción con el consumo (p<,05) aunque el tamaño del efecto sea muy pequeño. Los chicos consumidores tienen la media más elevada (2,62), mientras que los no consumidores la tienen más baja (1,81). En MNS y en CP no se han encontrado diferencias que puedan ser consideradas como estadísticamente significativas con p>,05 en lo que al sexo se refiere. Estos resultados indican que los chicos que consumen creen más que los no consumidores que las personas que les rodean desaprueban su consumo, lo que parece lógico dado que los que no consumen no han de preocuparse sobre la opinión de los demás sobre el mismo. El grado de preocupación sobre lo que los demás opinen acerca de su conducta de consumo es el mismo en chicos y en chicas. También es igual el control percibido que tienen sobre su conducta de consumo.

            El consumo concentrado es un factor que genera diferencias estadísticamente significativas con p<,001, aunque con tamaño del efecto leve en ICC. Los sujetos que llevaban a cabo este consumo presentaron una media más alta (4,29) que los demás (3,82 y 3,58). El sexo no parece ejercer un efecto significativo, aunque casi (p= ,061). Ahora bien, esta situación no es reseñable dado que dicho efecto es muy bajo. Ninguna de las interacciones de pares de variables son significativas. Esto indica que tanto chicos como chicas que consumen alcohol de forma abusiva con cierta frecuencia -sobre todo, en fines de semana- presentan creencias positivas más intensas sobre el consumo de drogas que quienes consumen pero no de esa forma.

            En el Factor ICN (Intensidad de las Creencias Normativas), en Consumo Concentrado, los participantes que lo practicaban en su momento puntuaron más (3,87) que los que nunca lo habían hecho (3,53), mientras que quienes lo abandonaron quedaron en una posición intermedia. En cuanto al sexo, ocurría como en el caso anterior: ninguna de las interacciones de pares de variables fueron significativas. Esto indica que chicos y chicas con Consumo Concentrado piensan en mayor medida que los que no consumen abusivamente que los demás desaprueban su conducta de consumo. En ICCT (Intensidad de las Creencias de Control), se encontraron diferencias estadísticamente significativas con p<,001 solo en función del Consumo Concentrado, si bien el tamaño del efecto fue pequeño una vez más. Al igual que en la variable anterior, los que realizaban Consumo Concentrado puntúan más (4,58) que los que nunca lo hicieron (4,11) dejando a los que ya no lo hacían en los valores intermedios. En conclusión,los que refirieron consumir de forma abusiva percibían tener un mayor control sobre esta conducta que los que afirmaron no haberlo hecho nunca o los que ya no lo hacían. En el Factor ECC (Evaluación de las Creencias Conductuales), no se encontró ninguna diferencia que alcanzara significación estadística (p>,05). Es decir, tanto los chicos como las chicas que consumían de forma concentrada daban la misma importancia a las consecuencias que su consumo podía tener frente a los que no lo hacían o lo hicieron pero ya no.

            En cuanto al Factor MC (Motivación para Cumplir con los referentes), solamente el factor Consumo Concentrado genera diferencias estadísticamente significativas con p<,01 en MC, aunque el tamaño del efecto es nuevamente pequeño. Quienes realizaban dicho consumo concentrado presentan una media menor (4,19) que todos los demás sujetos participantes. Esto indica que aquellos que consumían de forma concentrada daban menos importancia a lo que sus referentes opinasen sobre su consumo que los que ya no lo hacían o no lo habían hecho nunca siempre dentro del grupo de consumidores. En el Factor FP (Evaluación de los Factores de Control), ninguna de las diferencias encontradas alcanza significación estadística con p>,05, lo que indica que, dentro del grupo de consumidores, se daba la misma importancia a las habilidades para controlar la conducta de consumo tanto si este se hacía de forma concentrada o no. En el Factor INS (Norma Subjetiva) se encontró que el consumo concentrado ejercía un efecto significativo con p<,01, pero con pequeño tamaño. Los sujetos con consumo concentrado actual puntaron más (2,64) que los nunca lo hicieron (2,19), quedando en una situación intermedia aquellos que lo dejaron. Ahora, la Figura 33 muestra cómo los chicos tienen una media más alta que las chicas. En conclusión, los chicos que consumían de forma concentrada en ese momento creían que las personas que les rodeaban no se oponían a su consumo. No se encontró en MNS ninguna variable ni interacción que tuviese consecuencias estadísticamente significativas (p>,05) sobre ella, lo que indica que se daba la misma importancia a lo que los demás opinaran sobre su consumo desde los consumidores, concentrados o no. En el Factor CP (Control Percibido que cree tener sobre el consumo) tampoco se encontró ningún efecto significativo (p>,05) en la variable CP, lo que indica que el grupo de consumidores creía tener control sobre su conducta de consumo en igual medida tanto si lo hacía de forma concentrada o no, y no existen diferencias por género.

            Sintetizando los resultados hallados tanto en el análisis de las variables sociodemográficas como los del test BFQ-NA de rasgos de personalidad y el Cuestionario de Conducta Planificada, se concluye que Chicos y chicas consumen en igual medida, pero ellas muestran mayor preocupación por las consecuencias de su consumo y son más conscientes que ellos de la desaprobación social existente en su entorno hacia el consumo de drogas. Cuanto antes se inicia el consumo de drogas, mayor riesgo hay de abusar de su consumo. El análisis de los rasgos de personalidad en consumidores muestra que estos son poco responsables, tienen bajo interés por lo cultural, poca creatividad y tienden a sentir ansiedad o depresión. Las chicas consumidoras son más responsables y creativas que los chicos, pero consumen en igual medida. En cuanto al autocontrol, el test de personalidad muestra niveles más bajos en los consumidores; sin embargo, del análisis del cuestionario TCP se extrae que la percepción de control que tienen ambos grupos es alta en relación con la conducta de consumo de drogas. Esto indica que los consumidores, aun teniendo más bajos niveles de autocontrol que los no consumidores (ambos ofrecen grupos valores promedio), perciben que dicho autocontrol es alto en la misma medida que los no consumidores, aumentando dicha percepción si son chicos o chicas que consumen de forma concentrada. Consumidores y no consumidores son igualmente sociables, asertivos, altruistas y empáticos. Ambos grupos valoran por igual lo que los demás puedan opinar sobre su conducta de consumo, pero los consumidores abusivos muestran menos preocupación por dicha opinión que el resto de consumidores. Los consumidores tienden a poseer creencias positivas sobre el consumo de drogas; principalmente, los que consumen de forma concentrada.

            Tras los resultados anteriores, se comparó a consumidores y no consumidores en cuanto a la correlación existente entre rasgos de personalidad y factores TCP. A partir de los resultados, se sabrá qué tipo de variables influyen más en la decisión de consumo, los rasgos de personalidad o los factores de Conducta Planificada (creencias, influencia social, actitud, etc.). Por otro lado, dada la variedad observada en cuanto al ajuste, o no, de cada una de las variables con el modelo normal de Gauss y las dudas que se pueden tener acerca de la linealidad de la relaciones, se emplearon dos métodos de correlación -Pearson y Spearman- para estimar la magnitud de la relación. Pearson sería más adecuado de estar razonablemente seguros de que la relación, caso de existir, no presenta una forma distinta de la lineal. Por su parte, Spearman, como método paramétrico, depende en menor medida del grado de simetría o asimetría de las variables. Los valores de la p de significación se han calculado en una cola dada la expectativa de existencia de relación entre las variables. En general, se puede observar una muy elevada semejanza entre los resultados de ambos métodos correlacionales, lo que aporta una buena dosis de fiabilidad a los resultados, así como confianza de ausencia de otras forma de relación. De todos modos, se probaron otros métodos no lineales descartando, por falta de significación (p>,05), otras opciones de relación (cuadráticos, cúbicos, exponenciales, etc.). No se han encontrado correlaciones significativas con p>,05 en ninguna de las variables BFQ en el grupo de los no consumidores, a excepción de Conciencia, en la que hay significación con p<,05 -aunque con intensidad leve (0,119)- y signo negativo, lo que indica que los casos con más conciencia se asocian con las menores puntuaciones en ICC. Lo mismo ocurre en Inestabilidad Emocional, pero con signo positivo, y eso implica que los sujetos no consumidores que puntúan alto en este rasgo de personalidad lo hacen también en ICC. Por el contrario, todas las relaciones son significativas (p<,05) -e incluso altamente significativas (p<,01)- en el grupo de los consumidores, exceptuando la extraversión. La relación de ICC con Amabilidad, Apertura y Conciencia es leve e inversa, mientras que la correlación con Inestabilidad emocional es la más intensa, moderadamente intensa y directa; es decir, aquellos con mayor Inestabilidad emocional puntúan más en ICC. Estos resultados nos llevan a pensar que los sujetos estudiados que tienden a ser más responsables y autorregulados -tanto si consumen como si no- son los que consideran que el consumo de drogas tiene consecuencias más negativas. El interés por lo novedoso o lo escolar y el grado de altruismo de los sujetos no consumidores no influye ni se ve influido en ninguna medida por las creencias sobre las consecuencias del consumo, pero sí influye en los consumidores. De ese modo, cuanto más interés se tenga por lo cultural o creativo y más altruista y preocupado se muestre por las necesidades de los demás, menos creencias positivas sobre dichas consecuencias se poseen.

            El rasgo extraversión no correlaciona con ICC en consumidores ni en no consumidores, lo que significa que la sociabilidad de los sujetos no influye en las creencias sobre las mencionadas consecuencias. En ambos grupos, estar ansioso o deprimido guardaba relación con las creencias sobre esas consecuencias, de manera que consumidores y no consumidores con mayor inestabilidad mostraban más creencias positivas sobre el consumo de drogas.

            En cuanto al Factor ICN (Intensidad de las Creencias Normativas, o lo que el joven cree que opina la gente que le rodea respecto a que él consuma), no se ha encontrado ninguna correlación que pueda ser considerada como significativa con p>,05 tanto en los consumidores como en los que no lo son a excepción de una de ellas, si bien lo es con escasa intensidad. Se concluye, entonces, que los rasgos de personalidad de ambos grupos, sean los que sean, no influyen ni son influidos por lo que creen que opinan las personas significativas para ellos sobre el consumo de drogas. En cuanto a ICCT (Intensidad de las Creencias de Control o habilidades o recursos de los que cree disponer para realizar o no el consumo), apenas existen relaciones significativas con p>,05 y las que hay tienen intensidad leve. Si acaso, es digna de mención la relación con Conciencia, que es inversa aunque leve. Se infiere, en consecuencia, que la personalidad de los sujetos -consuman o no algún tipo de droga- no influye ni se ve influida en manera alguna por la creencia acerca de las habilidades de control sobre su conducta de consumo que creen tener, salvo en los sujetos consumidores, que tienden a ser más responsables y cuya creencia acerca de sus habilidades de control es menor. Se podría pensar, por tanto, que el consumidor menos responsable es el que más habilidades de control conductual cree poseer. En el Factor ECC (Evaluación de las Creencias Conductuales o nivel de importancia que el joven da a la creencia ICC; es decir, a las consecuencias de su consumo), se encontraron notables diferencias en función del consumo. En los no consumidores, no hay significación (p>,05) entre ECC y Amabilidad, Apertura y Conciencia; sin embargo, sí hay relación significativa (p<,01) con Amabilidad y Conciencia en los consumidores. La magnitud de la relación es leve, pero apreciable, y directa en ambos casos. Además, Extraversión presenta significación en ambos grupos, pero con p<,05 e intensidad menor en los no consumidores, mientras que es bastante más intensa en los consumidores, se puede juzgar como moderada y con más significación (p<,001). Finalmente, ECC no se relaciona con inestabilidad en los consumidores, pero sí lo hace significativamente en los no consumidores. Entonces, la experiencia de consumo influye en las creencias que se tienen sobre las consecuencias de consumir

            En el caso del factor MC (Motivación para Cumplir con los referentes o importancia que se da a la creencia ICN; es decir, a lo que la gente opina sobre el consumo), se ha encontrado una relación que se acerca ya a ser moderada y significativa -semejante en consumidores y en los que no lo son- tanto en la Amabilidad como en la Extraversión. Al comparar los resultados en función del consumo, la mayor diferencia se encuentra en la relación con la Conciencia, que no es significativa en los no consumidores, pero sí en los que consumen y, además, con intensidad moderada. En conclusión, tanto consumidores como no consumidores con rasgos de personalidad altos en altruismo, sociabilidad, empatía y asertividad tienden a dar más importancia a lo que las personas significativas para ellos opinan sobre su conducta que los que puntúan bajo en dichos rasgos. La curiosidad, el interés por lo novedoso y la responsabilidad hacen que los consumidores concedan más importancia a la opinión de sus referentes, pero dichos rasgos no influyen en los no consumidores. Es un resultado lógico, ya que si no se consume, no ha de preocupar lo que se opine sobre un consumo que no existe. El estado emocional no influye en la importancia que se da a lo que los referentes opinen sobre el consumo ni en unos ni en otros.

            En cuanto a la relación del Factor FP (Evaluación de los Factores de Control o importancia que se da a la creencia ICCT; es decir, a las habilidades que se cree tener para consumir o no)

con los rasgos de personalidad medidos en el BFQ-NA, no hay ninguna significación en el caso de los no consumidores, pero sí algunas en los consumidores. En ellos, se observó dicha existencia de correlación significativa (p<,05), aunque leve, con Amabilidad y Conciencia; además, se encontró una relación más intensa con la Extraversión, pero también leve. Por tanto, los rasgos de personalidad de los sujetos que refieren no consumir no influyen de ninguna forma en la importancia que dan a tener habilidades para consumir drogas o no. Sin embargo, a mayor responsabilidad, altruismo y sociabilidad, mayor importancia se da a tener dichas habilidades de consumo en el caso de los consumidores. Eso significa que los adolescentes que deciden consumir algún tipo de droga pero tienden a ser responsables de sus actos y a preocuparse por las necesidades de los demás creen que es importante tener habilidades para poder controlar dicho consumo.

            En cuanto al Factor INS (Norma Subjetiva o la opinión que el joven cree que tiene la mayor parte de la gente que le rodea sobre el consumo),se observan claras diferencias en función del consumo. No hay relaciones significativas entre los consumidores, y las existentes (p<,05) tienen poca magnitud. En cambio, sí hay relaciones más intensas -e incluso altamente significativas (p<,001)- en algún caso entre los no consumidores. Especialmente importantes son las correlaciones de INS con Conciencia y con Inestabilidad emocional. Ambas son de intensidad moderada e inversa en el primer caso, por lo que los sujetos que más puntúan en Conciencia son los que menos lo hacen en INS; por el contrario, es directa en el segundo. También hay relación significativa, aunque más leve, con el resto de variables. Se concluye, entonces, que los rasgos de personalidad no influyen en lo que los sujetos consumidores piensan sobre lo que los demás opinan sobre el consumo, pero sí lo hacen en quienes deciden no consumir. De esta forma, los sujetos no consumidores más responsables, creativos y curiosos y con tendencia a ser más estables emocionalmente son los que más creen que la sociedad en general desaprueba el consumo de drogas.

            En el caso de MNS (Importancia que tiene para el sujeto lo que los demás opinen sobre su conducta de consumo), hay menos diferencias en los resultados en función del consumo. No se encuentran relaciones o son bastante leves con Amabilidad, Apertura e Inestabilidad emocional en ambos grupos de participantes, pero sí las hay y son significativas con Conciencia y con Extraversión; sin embargo, la diferencia se encuentra en que la magnitud de la relación es algo superior en los consumidores. Para los consumidores, la responsabilidad y la sociabilidad son rasgos cuya presencia incrementa proporcionalmente la importancia que se da a la opinión de los demás sobre la conducta de consumo. Lo mismo ocurriría en los no consumidores, aunque en menor medida.

            Los resultados de las correlaciones con CP (Control Percibido que el sujeto cree tener sobre su consumo) ofrecen resultados como que tanto en consumidores como en no consumidores, la relación es significativa (p<,01) y leve en Amabilidad, pero con cierta tendencia a ser moderada. No es significativa (p>,05) en Apertura. La relación tiene significación en Conciencia, aunque es leve en consumidores, mientras que, aparte de no alcanzar significación, se ha encontrado una diferencia en la tendencia asociativa (inversa en vez de directa) en los que no consumen. Por lo que respecta a Extraversión, existe significación en ambos grupos, aunque la intensidad es claramente mayor en los no consumidores. Finalmente, en Inestabilidad, no hay significación entre los que no consumen, mientras hay una relación significativa e inversa en los consumidores. Interpretando estos resultados, se puede afirmar que -tanto si se consumen drogas o no- el altruismo influye levemente en que los sujetos piensen que tienen control sobre su conducta de consumo; de ese modo, habrá más creencia de control a mayor tendencia prosocial. La curiosidad e interés por lo novedoso no influye de ninguna manera sobre esta creencia, también en ambos grupos. Los consumidores más responsables tienden a creer en mayor medida que poseen control sobre su conducta; sin embargo, aunque no existe una relación muy significativa, ser más responsables en los no consumidores hace que crean que su control sobre la conducta de consumo es menor. El grado de sociabilidad y empatía que tienen los sujetos -consumidores o no, pero en mayor medida en los segundos- hace que crean tener el control sobre su conducta. Así pues, a mayor sociabilidad, mayor creencia de control. Sentirse emocionalmente inestable hace que los consumidores consideren que no tienen control sobre su conducta de consumo; dicho estado no influye en los no consumidores.

            Los resultados obtenidos al realizar la correlación entre rasgos de personalidad y factores de Conducta Adaptada nos muestran que l rasgo Conciencia es el que más influye en las creencias sobre el consumo de drogas que tienen los sujetos consumidores. No así en los no consumidores, donde la Conciencia comparte influencia con la Inestabilidad emocional. En cambio, en igual medida que la Conciencia, la Extraversión y la Amabilidad también influyen en la importancia de las creencias, pero solo en el grupo de consumidores, ya que el rasgo Extraversión el que más influye en dicha importancia para los no consumidores. Conciencia y Extraversión comparten influencia en la Norma Subjetiva tanto en consumidores como en no consumidores. El Control Percibido se ve influido por todos los rasgos de personalidad menos Apertura para los consumidores; sin embargo, el Control Percibido se ve influido principalmente por Extraversión y Amabilidad para los no consumidores. Cuanto mayor es la puntuación en el rasgo Conciencia en sujetos consumidores (responsabilidad, autorregulación, autoexigencia…), mayor puntuación en Creencias negativas sobre el consumo de drogas, mayor necesidad de controlar ese consumo y mayor importancia a lo que sus referentes cercanos y la sociedad en general opinan sobre el mismo. En sujetos no consumidores, pasaría algo parecido salvo en el caso de las creencias sobre las consecuencias. De ese modo, a más Conciencia, más positivas serían las consecuencias que se cree tiene el consumo a pesar de que se decida no consumir, aunque con la diferencia de que este grupo sí cree que la sociedad opina negativamente sobre el consumo de drogas, dato que no aparece entre los consumidores. La curiosidad e interés por lo novedoso (rasgo Apertura) no aportaría ningún dato más ni nada diferente a lo dicho para el rasgo Conciencia, lo que significa que los resultados en factores TCP son parecidos tanto en valores altos como bajos. Lo mismo se puede decir de los rasgos Extraversión y Amabilidad, aunque es interesante en este último que, a mayor puntuación, menor importancia dan los no consumidores a lo que sus referentes y la sociedad piensen sobre el consumo, dato contrario a lo que resulta de valores similares en el resto de rasgos. El rasgo Inestabilidad emocional influye en igual medida, pero en sentido contrario; esto es: a mayor puntuación, menos intensidad en los factores TCP. En consecuencia, consumidores y no consumidores se ven influidos en los factores TCP en parecido sentido para todos los rasgos de personalidad con la diferencia de que, en los sujetos no consumidores, aparecen creencias sobre la opinión negativa que la sociedad en general tiene acerca del consumo de drogas en valores altos de todos los rasgos, mientras que no es así en los consumidores. Podría inferirse que la presión social (la desaprobación de los demás ante el consumo de drogas) sería un factor importante a tener en cuenta a la hora de entender qué marca la diferencia entre la decisión de consumir y la de no hacerlo. Dicha presión social se percibe más cuanto mayor sea la puntuación obtenida en todos los rasgos de personalidad. Esto, lógicamente, no sucede con la Inestabilidad emocional, que se cumpliría en puntuaciones más bajas.

Conclusiones y discusión

            La problemática del consumo de drogas por los adolescentes en España -y más concretamente en Aragón- está a la orden del día, y los datos sobre su magnitud son preocupantes. Por ejemplo, como se indica en los resultados ofrecidos en apartados anteriores, el consumo de alcohol es abusivo en uno de cada seis adolescentes aragoneses de entre 15 y 16 años, llegando al 22 % de jóvenes que consumen así una vez a la semana (Espejo, Cortés, Giménez, Luque, Gómez y Motos, 2011). Además, Aragón sería la segunda Comunidad Autónoma con mayor porcentaje de consumidores de marihuana (Molina, C. J., Duarte, R., Escario, J. J., 2004).

            Esta investigación queda enmarcada en la Psicología Sscial por su afán de aportar datos útiles sobre el individuo en sociedad y también dentro del marco de la salud mental, ya que se intenta dar respuestas al problema sociosanitario del consumo de drogas por parte de los adolescentes. Por un lado, se han revisado las teorías y modelos más importantes sobre rasgos de personalidad -más concretamente, el Modelo de los Cinco Factores de Personalidad (Digman, 1990; Goldberg, 1990) y la Teoría de la Conducta Planificada (Ajzen, 1991)-. Por otro, metodológicamente, se han utilizado exhaustivas técnicas cuantitativas. Finalmente, se ha pretendido encontrar una aplicación práctica para los resultados obtenidos contribuyendo a solucionar el problema del consumo de drogas por parte de los adolescentes en nuestro entorno partiendo de la exigencia de realizar programas preventivos basados en la evidencia científica (Estrategia Nacional sobre Drogas, 2009-2016).

            Del análisis de los resultados obtenidos en el cuestionario TCP se infiere que el grado de sociabilidad de los chicos y chicas estudiados permanece invariable tanto si se consume como si no, y la importancia que dan a lo que los demás opinen sobre su conducta es igual entre consumidores y no consumidores. Las chicas perciben la presión social en mayor medida que los chicos, pero esto no impide que consuman de igual forma que estos e, incluso, de forma concentrada en mayor medida. En cierta forma, estos resultados serían contrarios a los encontrados en numerosos estudios que muestran la importancia que la «presión del grupo» tiene para decidir y mantener la conducta de consumo (García, 2003; Molina Chueca et al., 2004; Escario et al., 2007, Guzmán et al., 2011; Díez, R., 2011; Villarreal, Sánchez, Musitu y Varela, 2012; Ramírez, Villar, Zamora, Pérez y León, 2011; Escario et al., 2007; Alfonso, 2008). No obstante, dicha diferencia en resultados muy bien puede deberse a que la consideración de «presión del grupo» es diferente en unos y otros estudios. En la presente investigación, se diferencia entre la presión de los referentes cercanos (lo que equivaldría a la «presión del grupo» a que hacen mención los estudios citados) y la presión de la sociedad en general. Es esta última presión la que se nombra en este estudio; es decir, la creencia sobre lo que los demás opinan sobre su conducta e importancia que se le da a esta creencia, aspectos ambos incluidos en el factor Actitud de la TCP y también estudiados de una u otra forma por parte de diversos autores ya señalados anteriormente (Villareal, Sánchez y Musitu, 2011; Meneses, 2012; Meneses, Romo, Uroz, Gil, Markez, Giménez y Vega, 2009; Herzog, 2009; Guzmán, Pedrao, López-Gracia, Alonso-Castillo y Esparza-Almanza, 2011).

            También derivado del análisis del cuestionario TCP, se concluye que los consumidores tienen creencias positivas asociadas al consumo de sustancias y que ambos sexos lo hacen en igual medida, dato que concuerda con estudios que analizan la percepción positiva del consumo (Flay y Petraitis, 1995; De la Villa et al., 2006; Valencia Guzmán et al., 2011; Espejo, Cortés, Giménez, Luque, Gómez y Motos, 2011; Charro, Meneses y Del Cerro, 2012) y con aquellos que relacionan consumo y género (Blanco, Sirvent, Moral, Linares y Rivas, 2010; Hernando, Oliva y Pertegal, 2013). Sin embargo, difiere de otros cuyos resultados muestran que existe una diferencia de consumo entre chicos y chicas (De la Villa, Ovejero, Castro, Rodríguez y Sirvent, 2011; Isorna, M., 2013).

            Un dato interesante que el análisis de los factores de la Teoría de la Conducta Planificada y el test BFQ-NA nos ofrecen es el hecho de que chicos y chicas -consumidores o no- perciben tener un gran control sobre su conducta de consumo, resultado coincidente con los obtenidos en otras investigaciones (Moral Jiménez et al., 2005, 2009; Valencia Guzmán et al., 2011; Cueto, Saldarriaga y Muñoz, 2011; Charro, Meneses y del Cerro, 2012). No obstante, tales autores solamente adscriben esta «ilusión de invulnerabilidad» a los consumidores, mientras que el resultado es igual para consumidores y no consumidores en este estudio. No coincide con otros estudios, en los que la creencia de control no aparece en los no consumidores e, incluso, concluyen que estos niegan dicha creencia (Valencia, Morales, Bueno, Alexandra-Benavent y Valderrama-Zurián, 2011). Resulta interesante matizar que el hecho de que tanto consumidores como no consumidores tengan una percepción de control igual y alta no los diferencia como grupos, pero sí añade valor a la afirmación de que dicha percepción de control puede sustituir al control real sobre la conducta. Por ello, serviría para predecir la ocurrencia, o no, de la conducta tanto si la conducta deseada es el consumo de droga como si es la de no consumo, dato que coincide con otros estudios (Giménez, 2011; Morales et al., 2011).

            Sin embargo, el autocontrol no parece ser un rasgo muy presente en la personalidad de los sujetos estudiados en esta investigación a la vista de los resultados obtenidos en el BFQ-NA, que muestran que la personalidad -tanto de consumidores como de no consumidores- está siempre dentro de los límites de la normalidad. Esto es así aunque los consumidores muestren mayores índices de inestabilidad emocional, más tendencia a la irresponsabilidad y menor grado de creatividad y curiosidad, datos que también coinciden con los encontrados en ciertas investigaciones (González, F. C., 1997; García, 2003; Pedrero, 2003; Cassullo, 2011; Fantín, 2006; Ibáñez, 1991; Mesa y León-Fuentes, 1996; Sáiz et al., 1999; Verdejo et al., 2008; Becoña et al., 2012). Asimismo, se obtienen resultados semejantes en otros estudios en cuanto a la semejanza de sociabilidad entre muestras de consumidores y de no consumidores, concluyéndose que dicha sociabilidad no es un rasgo diferenciador entre unos y otros (Vinet, E., Faúndez, X. y Larraguibel, M., 2008) a diferencia de otros, que concluyen que la Extraversión era más elevada en los consumidores que en los no consumidores (Sáiz, P. A., González, M. P, Jiménez, L., Delgado, Y. et al., 1999; Pedrero, 2003; Ibáñez, 1991; Sáiz et al., 1999; Calvete y Estévez, 2009). No podemos afirmar que estos rasgos de personalidad sean consecuencia del consumo, ya que las chicas consumidoras muestran mayores índices de responsabilidad, creatividad y curiosidad que los chicos, pero consumen de igual forma. Sí puede inferirse, no obstante, que los adolescentes que presentan tales rasgos tienden a consumir drogas en mayor medida que los que no los poseen, lo que sería un indicador a tener en cuenta a la hora de diseñar programas de prevención de confirmarse con muestras mayores. Sin embargo, las chicas muestran iguales índices de inestabilidad emocional, lo que podría ser indicativo de que la mencionada inestabilidad emocional que muestran los consumidores estaría motivada por el consumo de drogas, coincidiendo una vez más con algún resultado encontrado en otras investigaciones (Pedrero, 2002; Pedrero, 2003). Digno de destacar es el hecho de que el rasgo Apertura sea menor en los consumidores, ya que tiene que ver en cierta medida con la curiosidad que la persona siente por lo que le rodea y lo novedoso. Este dato sería contrario a lo que afirman otros estudios (Sáiz et al., 1999; Morales et al., 2008; García, 2003), que concluyen que la búsqueda de sensaciones es un factor determinante a la hora de explicar el consumo de drogas por parte de los adolescentes.

            Derivada del análisis en el presente estudio de la correlación entre rasgos de personalidad y factores TCP, emana la conclusión de que la presión social (la desaprobación de los demás ante el consumo de drogas) es un factor importante en la toma de decisiones de los sujetos. Esta conclusión refuerza la afirmación compartida por otros autores señalando que la norma subjetiva influye en la conducta final a través de la actitud y no de la intención, como Ajzen (1991) afirma (Hulten, Bakker, Lodder; Teeuw y Leufkens, 2003; Rodríguez-Kuri et al., 2007). Esto quiere decir que la presión social influye en la decisión de consumir, o no, alguna droga en mayor medida, por lo que se cree que la mayoría opina sobre ello y la importancia que se da a dicha opinión (Actitud) que por la intención previa de consumir o no. Nos indica que la permisividad social hacia el consumo de drogas es más fuerte a la hora de influir en la decisión de consumir algún tipo de droga, o no, que la intención a hacerlo o no hacerlo que previamente tenga el sujeto, siendo esto también importante, pero en menor medida. A similares conclusiones llegan Becoña, E., Martínez, U., Calafat, A., Fernández-Hermida, J. R., Juan, M., Sumnhall, H., Mendes, F. y Gabrhelik, R. (2013) cuando ponen en evidencia la importancia de la permisividad ante el consumo de drogas que los adolescentes perciben. En su estudio de 2013, obtuvieron conclusiones similares a las de la presente investigación hallando que, a más permisividad percibida, mayor probabilidad de consumo, y esta variable es una de las que más peso tiene en la predicción del mismo.

            Un matiz importante y diferenciador es el encontrado mediante el análisis de la correlación entre rasgos de personalidad y factores TCP, que permite afirmar que el rasgo Conciencia es el que influye en mayor medida en el factor Norma Subjetiva en el sentido de que, a mayor Conciencia, mayor creencia en la desaprobación social del consumo y mayor importancia a esa desaprobación. Es este un matiz que se da en los sujetos que no consumen, pero no en los que lo hacen; por tanto, lo que los demás opinen no es importante si ya han decidido consumir. Podría inferirse de nuevo que la presión social influiría en los sujetos a la hora de decantarse, o no, por este consumo, y este resultado coincide con los de los escasos estudios encontrados (Humphrey et al., 1988; Levy y Pierce, 1989; Hulten, Bakker, Lodder; Teeuw y Leufkens, 2003). No obstante, dicha influencia solamente se daría hasta que deciden consumir, momento en el que pasaría a un segundo término y otros factores diferentes estarán implicados en la decisión de seguir consumiendo, como las creencias asociadas al consumo de drogas (más positivas en los consumidores) y el Control Percibido (mayor en consumidores); es decir, la Actitud hacia el consumo, dato coincidente con los ofrecidos por otros estudios (Sáiz, P. A., González, M. P., Jiménez, L., Delgado, Y., Liboreiro, M. J., Granda, B., Bobes, J., 1999, Morales, E., Ariza, C., Nebot, M., Pérez, A., Sánchez, F., 2008 y Mejías, 2010). A igual conclusión llegan tanto el Plan Nacional sobre Drogas como el Plan Autonómico de Aragón (2013) cuando el foco se pone en retrasar el inicio del consumo y reducir el acceso a las drogas por parte de los jóvenes. Sin embargo, según los resultados del presente estudio, las medidas puestas en marcha para conseguir ambos objetivos únicamente lograrían frenar el inicio, pero no pararlo una vez comenzado. Las acciones centradas en el entrenamiento de habilidades relacionadas con el autogobierno y el autocontrol (rasgo Conciencia) a edades en las que aún no se ha decidido consumir resultarían más adecuadas, tal y como respaldan otros trabajos (Estrategia Nacional sobre Drogas 2009-2016; OMS, 2012; De Vincenzi y Bareilles, 2011; Duch y Calafat, 2012; Sáiz et al., 1999, Morales et al., 2008; Sáiz Galdós, 2007; Arribas, 2012; Contreras, Molina y Cano, 2012; Calvete y Estévez, 2009; Becoña et al., 2012; Verdejo-García, Lawrence y Clark, 2008; Molina Chueca et al., 2004). Además, no solo habría que implementar acciones punitivas e informativas -como ya se ha argumentado ampliamente-, sino que, más bien -a la vista de los resultados obtenidos-, las políticas socioeconómicas para reducir el consumo deberían centrarse en edades y grupos en los que no se ha tomado la decisión de consumir drogas. Así se recomienda desde el informe de la Ponencia de estudio sobre sistemas de tratamiento y atención en drogodependencia (2011) al afirmar que «se deben implantar programas de promoción de la salud desde edades muy tempranas junto con información científica y veraz de las consecuencias que tiene el consumo de drogas, así como las adicciones en general, aunque no sean dependientes de una sustancia» (p. 37).

            Todas estas conclusiones nos llevan a considerar que el fenómeno del consumo de drogas debe tenerse en cuenta desde diferentes enfoques, tanto individuales como sociales. Integrar rasgos de personalidad y componentes de la Teoría de la Conducta Planificada ha demostrado ser de gran utilidad en este trabajo. El presente estudio ofrece aspectos muy concretos que aportan mucha especificidad a las diferentes acciones preventivas que se llevan a cabo en Aragón:  

  • Los programas de prevención deberían comenzar a ponerse en marcha antes de que se tome la decisión de consumo; es decir, ya en los niveles de Primaria.
  • Las acciones preventivas previas a la decisión de consumo y al consumo en sí mismo deberían focalizarse en aumentar las habilidades de control emocional (programas de fomento de la tolerancia a la frustración, por ejemplo), habilidades de afrontamiento (entrenamiento en comunicación y en habilidades sociales) y autogestión (gestión de procesos, planificación, dirección a metas, etc.). La información dada en este momento debería centrarse en la visión negativa que la sociedad tiene sobre el consumo de drogas en general mediante acciones adaptadas a la temprana edad de los sujetos y diferenciando la aparente permisividad sobre el consumo que existe en nuestra cultura de lo que realmente se opina de las personas que consumen.
  • Una vez el joven ha decidido consumir y lo hace, las acciones preventivas deben encaminarse a cambiar las creencias positivas que se tienen sobre el consumo; principalmente, incidiendo en el aparente control percibido que los adolescentes creen tener sobre todos los aspectos de su vida. Estas acciones deberían ir dirigidas a la totalidad de los jóvenes, y no solamente a los consumidores, ya que la falsa sensación de control afecta a todos.

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[1]Consumo intensivo, atracón, botellón o binge drinking: consumo de bebidas alcohólicas con la intención primordial de intoxicarse mediante un consumo importante de alcohol en un corto período de tiempo. O bien, un importante consumo regular durante un largo período de tiempo (Marín, J. F., 2010).

[2] Profesor emérito de la Universidad de Massachusets, Estados Unidos. http://people.umass.edu/aizen/index.html.

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