(Mira el vdo al final)
No sé vosotros, pero yo necesito resetear de vez en cuando. Sentarme y pensar. Pensar en la vida, en mi historia, en nuestras historias… Y esta de la pandemia es una buena historia para pensar.
Y como soy una profesional de la mente, me preocupan mis emociones y las vuestras, así es que pienso mucho sobre ellas.
Hemos pasado de la sorpresa, a la angustia más profunda, pasando por la rabia, el dolor, la solidaridad y el odio. Pero al menos con buen tiempo. El sol nos ha ayudado. Pero se ha ido, el otoño ha llegado de repente, así, sin previo aviso. Qué verano más corto, ¿no?
Y con los marrones y grises del otoño, llega la melancolía y la tristeza. Siempre llega, pero este curso más. El bar de abajo está vacío de gente en sus terrazas, mis amigas ya no me llaman tanto, y para colmo tenemos que volver a una rutina que es muy pero que muy rara.
Rutina que encima no nos lleva a ningún sitio, o al menos esa es la sensación, porque vienen nubarrones de crisis económica, porque la educación ya no volverá a ser la misma, porque nuestras relaciones sociales han cambiado tanto que no nos terminamos de adaptar, porque desconfiamos de los que tienen que tomar decisiones…
Estamos como “exiliados” de nuestra propia vida. Es algo como “irreal”, de repente te cuesta reconocer a la gente por la calle. Fijaos que a mí me empiezan a sorprender los besos y abrazos de las pelis.
Pero estar triste no es estar deprimido, eh?, no confundamos. De la tristeza se sale con relativa facilidad.
Un truco: pasar de la impotencia (una emoción que nos agobia porque nos recuerda lo que no podemos hacer) a la imposibilidad (reconocer que hay cosas imposibles).
Y moverte. Siempre moverte. “Sigue nadando” como decía Dori en Nemo. #ungestocambiatuvida