En un proceso de separación pueden pasar dos cosas: que se lleve bien y que se lleve mal. ¿Qué diferencia lo bueno y lo malo? El trato con los hijos.
Hoy voy a hablar del caso en el que uno de los miembros de la pareja o los dos, no pueden evitar llevar mal el proceso delante de los hijos. Es decir, discusiones, lamentos, victimización… Decir cosas como “tu padre/madre nos abandona” “nunca nos ha querido” “está rompiendo la familia” …
Eso perjudica gravemente a los hijos tengan la edad que tengan, pero en el caso de los y las adolescentes es sangrante.
Hay que tener en cuenta que la adolescencia es la etapa del “todo o nada”, del “blanco o negro” del “conmigo o contra mí”, es decir, de los extremos. Y también es la etapa en la que necesitan posicionarse, necesitan referentes (por eso son tan mitómanos), necesitan certezas (por eso cuestionan todo), necesitan saber quién son… y por tanto, todo lo que se salga de esos cánones les produce una inestabilidad emocional enorme.
Y ¿qué hace el cerebro de un adolescente para paliar esa inestabilidad?: posicionarse. Es por eso que cuando hay una separación donde los progenitores no lo hacen bien, pues se posicionan. Normalmente al lado del que parece más débil, o sea, del que más llora o se queja.
¿Qué hay que hacer? Dejar a los niños fuera del conflicto, como he dicho tantas veces. Y si ya la habéis liado, pues sentaros ambos y dejar las cosas claras: las parejas se separan, es un hecho indiscutible. Las razones son tan variadas como parejas hay. Pero es una cosa de pareja, no de familia. La familia sigue intacta, por lo que la separación no debería repercutir de forma negativa en afectos, estabilidad emocional, etc. Habrá cambios, sí, pero estructurales, no afectivos. Los hijos siguen teniendo a ambos progenitores que velarán igual que siempre y, a ser posible, en equipo, por el bienestar de los hijos. Y son ellos y solo ellos los que tienen la decisión final sobre lo que se va a hacer, obviamente, escuchando a los hijos.





